Desafío 12: Eco Chéjov


 


Para esta actividad necesitarás tres cosas:
  • Un objeto rojo, azul o amarillo que tengas en tu casa
  • Un objeto de metal, vidrio o madera que tengas en tu casa
  • Un personaje basado en alguien que conozcas muy bien

Ahora tienes un personaje y dos objetos. Toca ver qué puedes hacer con ellos, dándole la importancia que le corresponde a cada uno, en no mucho más de 350 palabras.

TIP 1: puedes usar un género como base.

TIP 2: no uses el nombre de la persona en que te basas ni digas cuál es tu relación con ella. Solo usa su personalidad en un nuevo personaje. Si conoces bien al personaje, la narración fluye y la historia se cuenta sola.

Recuerda que no son solo palabras. Los objetos tienen que tener peso dentro de la historia.

Esta actividad nos ayudará a reconocer lo que es importante contar y lo que no, la economía de elementos, de acuerdo a los consejos de Antón Chéjov:

El arma de Chéjov es un principio dramático que postula que cada elemento en la narración debe ser necesario e irremplazable, o de lo contrario debe ser eliminado.
«Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero este debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí.
Antón Chéjov»

Aprovecha la actividad para investigar sobre este conocido dramaturgo y cuentista si nunca has oído de él.



Te dejo mi resultado como ejemplo:


Algo de metal: Cuchillo

Algo azul: Espejo


Fueron trece puñaladas, una por cada año de soledad, de mentiras, de desamor.
No quiso entenderlo cuando le oyó decir que quería separarse, creyó que habría otra. Pero no, no había otra, era simple hartazgo de estar con ella solo porque lo amaba más de lo que nadie podría amarlo jamás. “Uno no es feliz así —le dijeron—, tienes que entenderlo y dejarlo ir”. ¿Dejarlo ir? ¡Si ella nunca le había exigido nada!
Trece puñaladas. Ni una más ni una menos. Y con cada una se libraba de la culpa que se había tirado encima, como tierra a una tumba, como olvido a un muerto. «No le diste lo suficiente», «No pudiste enamorarlo», «Siempre fue mucho hombre para ti».
La mañana que decidió hacerlo ni siquiera se quitó el pijama. No se lavó la cara, no desayunó, solo abrió los ojos y caminó directo hacia la cocina. En el primer cajón había una cuchilla de mango blanco. «Lo dejaré ir… Lo dejaré ir», se repetía mientras volvía a la habitación.
Trece puñaladas. «Vete… Vete ya, ¡y para siempre!».
Arrastrando los pies regresó a la cocina. Dejó la cuchilla en su lugar. Luego se dio una ducha, se vistió para salir y tomó un café en el desayunador.
Antes de irse se paró frente al espejo del recibidor, levantó la vista y se miró a los ojos. “Ya se fue. ¿Verdad que ya se fue?”, se preguntó. Su imagen en el espejo fue condescendiente esta vez, no como tantas otras veces en que la había juzgado.
Iría al centro a comprar una cama de una plaza. Más tarde tendría que tirar el somier, nadie lo querría tan destruido como estaba, tan lleno de tiempo perdido y sueños rotos.




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