Desafío 13: Dos x tres




¿Recuerdas el desafío "Bendito azar"? Bueno, aquí te muestro otra forma de aprovechar la lista de rasgos y los dados, esta vez, con otro propósito:

Basado en la lista de rasgos expuesta más abajo, usa un dado para crear dos personajes: arrójalo dos veces para formar un número de dos cifras y usa tres números de dos cifras (tres rasgos de la lista) para cada personaje.
Enfrenta a ambos personajes en una misma situación que muestre cómo son, en un texto de no mucho más de 400 palabras.

TIP 1: puedes usar un género como base

TIP 2: cuanto más firme sea la situación, más evidentes serán los rasgos de los personajes y menos palabras necesitarás.


Esta actividad nos ayudará a presentar a nuestros personajes a través de sus acciones, palabras y actitudes al interactuar con otro, evitando la descripción directa. Pero, además, veremos cómo el hecho de elegir la situación óptima nos puede facilitar tanto su presentación como la creación de un conflicto.

Como en este caso los personajes no somos nosotros ni alguien que conocemos muy bien, también tendremos que tomarnos un momento previo para conocerlos, para darles vida, usando de base los tres rasgos asignados por el azar. La creación previa de personajes e imaginarlos en distintas situaciones es también una manera infalible de generar ideas, y el azar nos ayuda a no caer en la creación del mismo tipo de personaje en cada historia sin darnos cuenta.



Rasgos para los personajes

11- Bueno
12- Aprensivo
13- Romántico
14- Malvado
15- Pulcro
16- Snob
21- Infantil
22- Guarro
23- Aburrido
24- Optimista
25- Posesivo
26- Inocente
31- Agresivo
32- Cariñoso
33- Olvidadizo
34- Rencoroso
35- Fiel
36- Leal
41- Maduro
42- Despreocupado
43- Pesimista
44- Divertido
45- Infiel
46- Vago
51- Sincero
52- Deshonesto
53- Trabajador
54- Aventurero
55- Mentiroso
56- Miedoso
61- Valiente
62- Realista
63- Malhumorado
64- Creativo
65- Irascible
66- Melancólico



Te dejo mi resultado como ejemplo:

Rasgos:

Irascible – Mentiroso – Optimista

Trabajador – Valiente – Vago


Malena estaba tan segura de su relación que la noche de bodas, y todas las que le siguieron, durmió a pierna suelta. La estabilidad económica de Carlos y su vida social activa, le aseguraron a Malena ser, además de una mujer sin necesidades, una dama conocida socialmente.
Era la envidia de sus amigas: conseguía siempre lo que quería solo usando el arma más vieja del mundo, según ella. Y qué suerte, decían todas, porque Carlos, además, era un hombre muy atractivo. En sus reuniones de los jueves, cuando ellas le pedían consejos, ella juraba que “no hacía nada raro”, y la veían tomar su café con tanta paz que las conjeturas se multiplicaban tanto como la vergüenza que ya daba insistir con el asunto.
Pero tras dos años y medio de feliz matrimonio, Carlos despertó con la idea de que no quería morir en una oficina y renunció a su alto puesto. Dicen los vecinos que nunca habían oído a Malena gritar tan alto, y que incluso un cenicero, un zapato y un velador atravesaron el vidrio de la habitación junto a sus palabrotas, yendo a parar al lugar del patio donde más tarde, ya entrada la noche, Carlos levantó la tienda de campaña donde durmió por varios días.
Jacinto, un timbero del barrio, empezó a tomar apuestas secretas sobre la pareja: que si se iban a separar, que si ella lo dejaría en la calle, que si se acostumbraría a vivir en la miseria porque en el fondo lo quería… Pero nadie acertó del todo el final de aquella historia.
Al ver que Carlos no tenía intenciones de mover un dedo nunca más, Malena quiso asegurarse el futuro y pidió el divorcio. El cincuenta por ciento de la fortuna de Carlos le alcanzaría para comenzar su vida en otro lugar… si no fuera por que Carlos no tenía nada a su nombre. Malena abandonó el barrio en plena noche, intentando huir de las miradas curiosas, pero algunos igual la vieron subir sus maletas a un ruidoso taxi que dejó de tocar bocina para anunciarse solo tras una exasperada orden de ella.
Y apenas unas horas después, luego de una buena ducha y de dormir de nuevo en su mullida cama, vieron salir a Carlos vistiendo otra vez sus impecables trajes, con una amplia sonrisa en el rostro. Pero no sacó su auto del garaje, su antiguo jefe lo pasó a buscar en su descapotable, y el chisme sobre el beso que se dieron antes de partir aún resuena como anécdota en el barrio.





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