"Rotos" - de Sonia Pericich

Mayra mira a la cámara con aguda tristeza, escondida detrás de una profunda sensación de cansancio y soledad. Sus ojos, carentes ya de fuerza para expresar sorpresa, tienden a temblar y dejar fluir a veces un poco de miedo.

“¡Corte! ¡Excelente!” escucha desde lejos, sumida en su papel que se entrelaza tan fielmente con su inclemente realidad.
Tarda un segundo en devolverse y aparentar estar fingiendo, frente a los cumplidos de sus colegas por su magnífica interpretación. Luego se apresura a esconderse en su camerino antes que en sus ojos rebalse la noticia recibida esa mañana.

Mayra sabe actuar, sabe fingir, sabe llorar cuando se lo piden, pero no sabe esconder su corazón herido. Nunca supo y quién sabe si alguna vez aprenderá.

¿Qué hacer ahora? ¿Hacia dónde mirar? ¿Qué libreto hay que leer para seguir con la película de su vida? No pensó en eso aquella tarde en que entregó su amor entero a Julián.
Un rumor de calle se escurre por la pequeña ventana de cortinas malva y gris, inundando el aire polvoriento del viejo teatro de pisos de madera. Los extras se retiran dichosos al saber que la última toma estaba lista y que pronto “Ana y el cisne” estaría en cartelera en los cines de la ciudad, con sus nombres en los títulos. Mayra aún se mira en el espejo sin quitarse el traje de bailarina ni el mustio maquillaje; piensa en su pasado, analiza cada momento, palabra y gesto de Julián cuando decía amarla. Recuerda los suspiros, las caricias, las miradas… y no entiende.

Mayra al fin llora.

Sus piernas ceden ante el peso incalculable de la angustia y cae de rodillas sobre la alfombra rojo burdeos, dejando caer también sobre ella sus lágrimas y su vida rota a la mitad. Alguien golpea pero ella ignora, está en una parte de su mente que antes desconocía por completo, en un mar de saudade y dolor que la ahoga y no la deja volver. «¿Esto es amor? ¿Realmente así duele el amor?»

Mayra siente ahora rabia y arremete contra sus recuerdos ciega y sin compasión; quema en su imaginación fotos de Julián sonriendo, de su mirada cálida y cómplice, ecos de su risa.

Mayra cree que odia.

Respira agitada sin poder cerrar su boca, su borrosa mirada está fija sobre un punto corrido de la alfombra, su pensamiento se acelera y toma decisiones de las cuales se va a arrepentir algún día. Mayra intenta secar sus lágrimas y esconderse bajo un rostro de ira que parece protegerla del malvado Julián y del amor.
Una lámpara estalla en el camerino sin razón aparente y escucha al fin su nombre detrás de la puerta. Responde ante la preocupada voz de Christian con una fuerte afirmación de su presencia, y lentamente se incorpora. Se paraliza unos segundos, calla a sus demonios, respira más profundo.

Sentada en su dressoire se quita el arruinado maquillaje, refresca su rostro con sus cremas caras y se vuelve a delinear para agrandar sus ojos, del centro hacia afuera, de forma natural. Deja el traje de bailarina en una percha olvidada, posa desnuda frente al espejo, se admira un poco poniendo especial atención en sus muslos; luego se mira a los ojos y se acaricia el rostro con delicadeza.

Mayra se convence de no ser la culpable del desamor de Julián.

Mayra renuncia al amor y a la vez, sin darse cuenta, comienza a entenderlo.

Se viste, toma del perchero su cartera, se mira al espejo por última vez y sale del camerino en busca de Christian para invitarlo a un café.

Mayra cree que es hora de actuar y corre a sanar su corazón rompiendo el de alguien más.














2 comentarios:

  1. La vida es una comedia, teatro al aire libre. Fingir que todo esta bien y consumirse por dentro, encontrar en la alegría un llanto desesperado de franqueza. Un espectáculo de todo orden, sin forma, rotos por el azar de las malas decisiones.
    Tu historia va cargada de ironía, mal de amores...

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  2. La vida es una gran funciòn. Excelente tu relato!

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