"Nunca lo sabré" - de Sergio Lozano Zarco


   Un solo instante se dio la vuelta Manuel, un breve lapso de tiempo seguido de un golpe seco y potente.
   Él no vio el golpe, ni siquiera recuerda el color del coche que cortó en seco la carrera de su fiel amigo.
   Aquella mañana no hacía frío, el taxi le daba un respiro el día de libranza y un largo paseo no le vendría mal para desentumecer el cuerpo tras horas y horas de pelear por las calles de Madrid.
   Rocky, un Bretón Español blanco y rojizo, elegante como ningún otro, con sólo escuchar el sonido de la correa que estaba en la entrada de la casa echó a correr como loco y se sentó nervioso a esperar que su dueño la enganchara en su collar de piel marrón.
   El sol invitaba a recorrer el parque sin prisa y al perro se le veía tan feliz que Manuel no encontraba el momento de regresar a casa.
   Mientras caminaban pensaba en cómo podía querer tanto a ese animal, era su compañero, su amigo al que confesar sus secretos, y pensaba en cómo, desde hacía dos años, ya no podían vivir el uno sin el otro.
   Por un momento, ya de regreso a casa, dudó un instante si ponerle la correa para cruzar la calle, pero finalmente, al observar el escaso tráfico que recorría aquella mañana las calles de Vallecas, decidió dejarle suelto confiando en la obediencia de su fiel compañero.
   Cuando se disponían a cruzar la Albufera, Manuel se despistó un segundo. Para cuando volvió la cabeza hacia delante, el sonido del golpe ya se le había clavado en los tímpanos.
   Un solo segundo había mirado hacia atrás, el tiempo suficiente para que Rocky echara a correr en busca de una cocker marrón que se encontraba al otro lado de la calle.
   Cuando Elena llegó a casa aquella tarde del trabajo sintió, nada más abrir la puerta, que algo había ocurrido.
   Sus padres y su hermana la esperaban en el salón, en silencio, pero faltaba alguien que normalmente era el primero en saludar.

   Siéntate, hija le dijo Manuel tendiéndole la mano.
   ¿Qué pasa? preguntó ella mirando a los ojos de los tres, buscando algún indicio.
   —Esta mañana un coche ha atropellado a Rocky, ha sido culpa mía —Se echó a llorar Manuel, apartando la mirada por temor a la reacción de su hija.
   —¿Está muerto? gritó Elena sin querer escuchar la respuesta.

   —No, hija interrumpió su madre, pero…
   —¿Pero qué? ¿Qué pasa, papá?
   Elena y su padre tenían una relación muy especial, y nunca se ocultaban nada el uno al otro.
   Dime qué pasa, papá, por favor —Lloró ella.
   —El golpe ha sido muy fuerte y es probable que no pueda volver a moverse, si es así, habrá que sacrificarlo.
   —¿Dónde está? preguntó sacando fuerzas de donde no las tenía.

   —Está en el veterinario, va a estar toda la noche allí, y mañana nos llamarán para que tomemos una decisión. Lo siento mucho, hija.
   Elena le dio un fuerte abrazo a su padre y se fue a su cuarto sin querer escuchar nada más.
   Se sentó en la cama y lloró durante un buen rato. Una vez se calmó un poco, miró hacía su corcho, que estaba plagado de fotos, y cogió una en la que estaba ella con su perro cuando éste aún era un cachorro.
   Por un momento se sintió culpable porque, cuando su padre les dijo hacía dos años que iba a comprar un perro, ella fue muy reacia, no quería asumir el sacrificio que conllevaría, y fue de las pocas veces que recuerda haber discutido realmente con su padre.
   La tarde fue oscureciendo dando paso a la noche más larga que había pasado en su vida. El silencio de la casa era ensordecedor, ninguno de los cuatro tenía ganas de hablar de nada y la cena fue tan triste que, cuando se levantó de la mesa para irse a su cuarto, nadie dijo nada, todos pensaban en Rocky a su manera, cada uno recordaba lo que aquel precioso animal había aportado a sus vidas, y en cómo cambiaría la casa si aquel «chuchillo», como Elena le llamaba cariñosamente, no volvía a corretear por ella.
   Las horas pasaron lentamente aquella noche, el reloj parecía no querer mover las agujas y aquella foto era lo único que le decía que no perdiera la esperanza.
   No recuerda en qué momento se quedó dormida, pero soñó que estaba rezando de rodillas, con su foto en las manos mirando al cielo a través de la ventana de su cuarto.
   Cuando sonó el teléfono a las ocho de la mañana, la voz del otro lado hizo que Manuel se sentara en su sofá de piel y tomara aliento para comunicar a su familia que no había nada que hacer por Rocky.

   —En seguida vamos terminó Manuel.
Elena, que había escuchado la conversación tras la puerta de su habitación, salió con su foto en las manos y se abrazó a su padre. Ambos se quedaron en silencio durante un buen rato, hasta que la voz triste de su madre les recordó que había que ir a despedirse.
    Yo no voy, papá, no puedo.

   —No te preocupes, hija, lo entiendo, te llamaré cuando… apenas podía seguir hablando.
   Manuel y su mujer salieron de casa, sin hacer ruido.

   —Decidle que le quiero gritó Elena al mismo tiempo que se encajaba la cerradura.
   Volvió de nuevo a su cuarto. Esta vez, totalmente consciente de lo que estaba haciendo, rezó suplicando por la vida de aquel indefenso animal.
   Tres horas más tarde el teléfono sonó de nuevo. Elena lo dejó sonar una y otra vez, no quería descolgar y escuchar que su amigo ya no volvería nunca más, pero el martilleo de aquel aparato no cesaba ni un instante. Paula, su hermana, al ver que Elena no descolgaba el teléfono, salió de su habitación y contestó.
   —Sí, entiendo dijo tras unos instantes en los que hablaban del otro ladoEstá bien, papá, os esperamos.
   Paula colgó el teléfono y miró a su hermana, que se tapaba la cara con las manos.

   Ha movido una pata susurró muy bajito. Elena alzó la vista sin entender lo que su hermana había dicho. ¡Ha movido una pata! gritó entonces con todas sus fuerzas, ¡es un milagro, Elena, es un milagro!
   Una semana más tarde Rocky estaba de nuevo en casa y al poco tiempo se recuperó casi totalmente. Es muy probable que ese animal se hubiera recuperado de todas formas, pero a Elena le gusta pensar que, de alguna manera ella tuvo algo que ver y, por qué no decirlo, tras escuchar la historia de su propia voz, a mí también. Nunca lo podremos saber.











                                        

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