"Día y Noche" - de Sonia Pericich


"The Trooper" sonaba a todo volumen al tiempo que Cintia abría los ojos asustada. Necesitó un momento para ubicarse en tiempo y espacio, como cada mañana, y luego giró violenta hacia su teléfono celular, que no terminó hecho pedazos contra la pared porque su subconsciente era sabio, pobre, y siempre estaba alerta. Tocó la pantalla y deslizó su dedo mayor hacia la izquierda, aunque no recordaba si eso significaba no más ruido o revivir el tormento diez minutos después. Luego devolvió su brazo a la calidez del hueco debajo de su almohada y volvió a hundir su cara en ella para continuar su sueño como si nada hubiese pasado.
En el comedor, Adrián leía por última vez su monografía antes de presentarla. De ella dependía parte de su nota final y no podía permitirse bajar el promedio y perder la beca. Rio un poco sin perder la concentración al escuchar los primeros acordes de Maiden; no entendía por qué Cintia insistía en programar alarmas tan temprano si se iba a la cama apenas tres horas antes.
Diez minutos después, de nuevo una guitarra eléctrica irrumpía el silencio del departamento por no más de cuatro segundos. Luego el silencio, por más de veinte minutos.
Adrián pensó que Cintia había desactivado la alarma sin querer y se preocupó al pensar que quizás tendría cosas que hacer, así que decidió ir a ver si se había vuelto a quedar dormida.
—Cin... ¿tienes algo que hacer? Son las 8:30...
Cintia miró a Adrián desde debajo del acolchado con ojos de asesina. Sabía que debía levantarse y que Adrián no tenía la culpa de eso, pero aun así la idea de saltar de la cama y asesinarlo le parecía interesante.
—Tengo que ir a hacer un trabajo a la casa de Romina... —dijo en un tono monótono e imperativo, como ordenándose a si misma ser responsable.
Adrián sabía que lo que vendría después sería una cantidad impresionante de insultos. Hasta la había visto llorar algunas veces por tener que salir de la cama tan temprano. Podía jurarlo si le preguntaban si era cierto.
—¿Quieres que te prepare un té? —le dijo con una sonrisa condescendiente.
—Sí, con cianuro por favor —respondió arrugando los labios a lo Sylvester Stalone mientras se destapaba hasta la cintura.
Adrián fue hasta a cocina, puso la pava al fuego y volvió a sus estudios hasta que fuera el momento de preparar el té. La verdad era que estaba muy satisfecho con su trabajo y prácticamente podía recitarlo de memoria, cada coma y cada punto, pero estudiar en la mañana le ayudaba a mantenerse concentrado durante todo el día.
Cintia era todo lo contrario, no parecían hermanos, aunque físicamente eran casi idénticos. Misma nariz, mismos ojos, misma perfecta sonrisa heredada de mamá, pero si de gustos hablamos eran el drama y la ciencia ficción, el silencio y el metal, los colores pastel y el negro más negro que pudiera existir.
La pava comenzó a silbar y Adrián preparó dos tazas de té, una con solo una cucharada de azúcar para él y la otra con cinco para su hermana, aunque seguramente se quejaría de que aún estaba amargo. Las llevó a la mesa y volvió a la habitación, donde Cintia había vuelto a taparse hasta la cabeza.
—Cin... el té está listo... —dijo temeroso de la respuesta, y otra oleada de insultos perturbó la calma de la mañana.





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