Apartamentos Fifi - Capítulo III


Capítulo 3
HELENA


La reunión con Alicia ha sido amena y divertida. Durante la comida me ha contado que trabaja en una agencia de modelos casi a tiempo completo, pero se saca un dinero extra ayudando a alquilar los apartamentos. La comisión es elevada y hace un favor a la dueña y a su hijo, amigos de toda la vida.
No hemos parado de hablar en toda la tarde. Ha sido amistad a la primera palabra. Intuyo que voy a encontrar en ella a una buena amiga.
Me ha contado por encima la vida de los inquilinos. La tal Fifi es la dueña. Estoy deseando conocerla. Ella y su hijo viven de continuo allí. Parece ser que el hijo es el mejor amigo de Alicia, esto último lo ha dicho con un cierto retintín, no sé bien por qué, pero ya lo averiguaré.
Después de comer y ya con un buen café, ha seguido relatándome más cotilleos, por supuesto, la he instado. En el apartamento dos B vive un chico
llamado José, está poco por allí. Estudia en la universidad y trabaja como relaciones públicas de una cadena de discotecas, así que la mitad del tiempo está viajando. Al parecer es muy amigo del hijo de la dueña y, por extensión, de Alicia. Me advierte, entre risas, que es un caradura de los que se les ve venir, que me cuide de él porque seguro que intentará seducirme. ¡Lo tiene claro!
En el apartamento tres A viven los señores Fernández, un matrimonio joven. El marido viaja mucho por su trabajo. Es transportista internacional y la mujer se lleva sola largas temporadas. Parece que ella se queda lloriqueando cada vez que su marido tiene un porte de largo recorrido. Palabras textuales de Alicia: «... pero bien que se gasta su dinero y se folla a quien le apetece». Ha puesto mala cara con esto último. Cuando tenga más confianza, debería preguntarle con quién mantiene relaciones.
En el tres B vive la señora Eva Gómez, una mujer muy mayor que necesita el clima de la costa por sus problemas de asma. La ha descrito como una abuelita cariñosa que no suele salir de casa.
Y, por último, en el cuatro B vive Claudia (apellido impronunciable), una solterona madura muy guapa, venida a menos, que conserva un cierto glamur de sus buenos tiempos. Como quien no quiere la cosa le ha añadido el apelativo de «zorra».
Curiosa visión tiene Alicia de los que serán mis nuevos vecinos. Con estas perspectivas me da reparo vivir con ellos.
Me ha enseñado un plano de la distribución. Es una especie de casa de vecinos. La puerta de acceso está al norte. Es una gran cancela de hierro forjado flanqueada a la izquierda por el apartamento de Carlos, el uno B, y a la derecha por dos habitaciones de servicio. En el centro del patio, presidiendo, está el apartamento de Fifi rodeado de macetas. En torno a este patio se disponen los demás apartamentos.
Al este, los apartamentos dos A y dos B; al sur, el tres A y tres B; y, por último, el cuatro A y cuatro B, al oeste. Una distribución muy sencilla y que me recuerda las casas comunitarias del pueblo de mis padres.
Me ha cautivado el apartamento dos A con unas maravillosas vistas al mar. Encima, es uno de los que está vacío, ¡qué suerte!
Estoy saturada por toda la información que me ha dado, aunque ha obviado casi cualquier alusión al hijo de Fifi. La curiosidad me carcome y no he podido evitar preguntarle por él.
Habla de él con ternura, se me ha puesto sentimental y todo. Según ella, Carlos, al fin conozco su nombre, es una persona muy especial, bastante reservado pero con un interior lleno de matices. Relaja un poco el tono solemne para indicar que como soy una mujer puede que lo conozca más íntimamente de lo que a ella le gustaría, aun así, que no me haga ilusiones porque el solo se limita a satisfacer a las féminas y poco más: «nada de... y comieron perdices». Me lo ha descrito por encima y tiene que ser muy atractivo: altísimo, atlético, moreno y con rasgos muy masculinos. Se muestra bastante protectora con él. Incluso ha llegado a advertirme que me mantenga alejada, que yo no soy como las demás y que puede hacerme daño. Tomo nota.
Después de ponernos al día sobre todos los vecinos y de dejarme algo desconcertada respecto a Carlos, no puedo esperar más y le doy la buena nueva: ¡Voy a pasar a formar parte de la comunidad de locos que parecen formar!
Nos ponemos a dar saltos de alegría y nos abrazamos. ¡Vaya espectáculo! Entre risas, me asegura que no me voy a arrepentir.
Sin dilación ponemos rumbo a mi nueva casa. Antes, tiene la amabilidad de llevarme a la estación para recoger mis escasas pertenencias. Alicia sigue con su imparable charla durante todo el trayecto. Creo que esta vez habla de los establecimientos de la zona. Debería prestar atención por mi propia supervivencia, sin embargo, solo puedo observar anonadada desde la ventanilla todo lo que me rodea. No es muy tarde, aunque ya ha oscurecido y las luces ejecutan un baile hipnótico que me tienen encandilada.
Por fin llegamos a los apartamentos y tienen mejor pinta que en las fotos. ¡Parecen hasta más grandes! La entrada está presidida por un cartel enorme con luces de neón, sonrío, parece fruto de otros tiempos. Puedo escuchar el batir de las olas e inhalo instintivamente para llenar mis pulmones del maravilloso olor a mar. Me estremezco a causa del frío y salgo de mi momento zen. Me arrebujo en la chaqueta y veo como Alicia me sonríe, le devuelvo la sonrisa.
Atravesamos la cancela y me maravilla que el patio sea aún más grande de lo que imaginaba. Los colores llamativos de las plantas se esparcen de manera cuidada por toda la zona proporcionando un ambiente acogedor.
Nos dirigimos al apartamento dos A. Alicia me lo enseña paciente. Consta de una estancia diáfana con una cocina pequeñita y con el fregadero más grande que he visto en mi vida; justo encima de él hay una amplia ventana con vistas al patio central. No puedo evitar caminar hacia el balcón, lo abro y me asomo para contemplar las vistas. Estoy deseando que salga el sol para apreciarlo en todo su esplendor.
Alicia llama mi atención y con reticencia vuelvo a la sala para terminar de ver el resto: un baño completo y una habitación espaciosa.
Me encanta la casa, es bonita y acogedora con los elementos justos que necesito. Me siento muy feliz. Creo que se nota por la sonrisa permanente. No he parado de dar vueltas de aquí para allá y de abrir puertas, descubrir cosas nuevas, tocarlas, olerlas, sentirlas...
—Siento sacarte de tu cuquimundo, pero es tarde y Fifi querrá conocerte —me dice Alicia que estalla la burbuja de mi mundo de color.
Nos sonreímos de manera cómplice y vamos a conocer a Fifi al apartamento uno A. Estoy algo nerviosa, reconozco que quiero vivir aquí y para ello necesito la aprobación de esta mujer. Espero ser de su agrado, por lo que conozco de ella a mí ya me cae bien.
Llamamos a la puerta y nos recibe una señora con un vestido muy elegante, pero que parece fruto de otros tiempos, como el cartel de la entrada. Su pelo colocado al milímetro, las uñas muy arregladas y el porte y la postura correctísimas. En los brazos sostiene un pequeño perro con un lazo rojo, parece un yorkshire que se cree un pastor alemán. Está totalmente tieso, como si estuviera en una competición canina.
Alicia le planta dos besos a la señora y gruñe al perro que replica con indignación.
—¡Vamos, Vodka, es Alicia! —le dice Fifi al pobre perro que la mira perdonándole la vida mientras vuelve a su porte regio.
Alicia me sonríe con malicia, sé que ha incitado al perrito a propósito. Fifi se da la vuelta y nos invita a pasar. Nos acomodamos en el sillón, Alicia como si estuviera en su casa y yo lo más derecha que puedo. Su salón es más grande que el mío, está lleno de cuadros y pequeños detalles. Una fotografía de una hermosa mujer con un traje de noche, elegante y glamurosa llama mi atención, por el porte sé que se trata de Fifi. Era una mujer preciosa, sigue siéndolo, aunque ya hace tiempo que perdió la juventud.
La habitación es muy acogedora hay tantos detalles que no me centro en ninguno y decido no mirar más para no causar mala impresión.
—Bueno, muchacha, me ha comentado Alicia que te vas a quedar con el apartamento dos A. —Sin medias tintas y sin suavizar el ambiente. Miro a Alicia y vuelve a sonreír con ese aire malicioso. No me ha comentado que fuera tan directa.
—Sí. Le voy a ser sincera, es el único sitio que he mirado, me enamoré al momento —le digo sin pensármelo mucho, creo que valorará mi sinceridad.
—¿Crees que estás preparada para vivir en esta casa de locos? —pregunta a la vez que me mira a los ojos con intensidad.
—Para saberlo tengo que intentarlo. Alicia me ha puesto al día sobre los vecinos y no me ha parecido para tanto, además, con mi trabajo estaré bastante ocupada, no interactuaré mucho. Soy una persona responsable, no me meto en líos y no creo que tenga oportunidad de traer hombres a casa si eso pudiera preocuparle. —Mi boca sin consultar con mi cerebro ha soltado todo lo que le ha parecido, quizá, esté un poco nerviosa.
—Muy bien...
—Helena.
—Bonito nombre, creo que serás una buena inquilina. Ya estaba decido, Alicia me ha contado maravillas de vuestra comida y vuestra tarde. —Mira de forma cómplice a Alicia y yo debería matarla por haberme tenido en esta incertidumbre.
—Muchísimas gracias por la confianza, no la defraudaré.
—Alicia te acompañará a coger algunas sábanas y toallas —me sonríe de manera tierna y me agarra la mano en un gesto tan cariñoso como el que me haría mi madre—. Creo que llegaremos a ser buenas amigas.  —Pienso que también lo seremos, pero no se lo digo.
Salimos al patio y sigo en silencio a Alicia. Nos dirigimos a las habitaciones laterales que vi en el plano: recepción y mantenimiento. Enfrente hay otro apartamento, tiene las luces encendidas, si no recuerdo mal es el de Carlos.
—¿Carlos vive ahí? —pregunto mientras extiendo los brazos para recoger las sábanas que me tiende Alicia.
—Sí, ahí vive —dice casi sin darle importancia—. Se encarga del mantenimiento y de que todo esté siempre a punto, hasta de las necesidades de desatasco de las lugareñas —continúa con retintín. Con esa frase acaba de confirmarme lo que pensaba, es un don juan y ella parece estar enamorada de él.
—¿No me lo presentas?
—No, ya tendrás tiempo de conocerlo. Es tarde y debes estar cansada. Vete a casa, acomódate y mañana será otro día. —Ha sido francamente cortante, como si no quisiera que lo conociera.
—Está bien, gracias por la tarde y por ayudarme con todo esto. Espero que nos veamos pronto.
Alicia me sonríe y me besa en la mejilla. Yo me voy a casa y analizo su reacción. Cuando entro en el apartamento, vuelvo a sonreír como una tonta. Hago una lista de las compras de primera necesidad. Deshago la maleta y me siento en el sofá a apreciar mi nueva casa con cara de boba.






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