CARLOS
¡Vaya, vaya!
Parece que las ejecutivas están mejorando.
Después de la
mañana de mierda que llevo, esa morena me ha levantado el ánimo y otras cosas.
La observo caminar con esos tacones imposibles y la falda a media pierna. Tiene
unas caderas poderosas y bien trabajadas que ejecutan a la perfección un vaivén
hipnótico; gracias al café que se ha estampado contra su blusa he podido
vislumbrar unas tetas bastante considerables y apetecibles.
Se mueve por la
vida como una loca. No querría para mí una tía tan estirada y tan poco
empática. Por su culpa he perdido el taxi que me ha costado más de diez minutos
conseguir, aunque las vistas han merecido la pena.
Aparto la mirada
de la morena insinuante y comienzo mi
periplo hacia la captura de otro taxi.
¡Odio venir al centro!, siempre abarrotado, sin espacio, sin aire, todo el
mundo corre de aquí para allá sin mirar a nada ni a nadie.
No he podido
evitar venir, había quedado con una amiga que tenía una reunión por la zona y
de camino he aprovechado para hacer algunas gestiones bancarias que he estado
postergando. Mi amiga se ha reído bastante cuando me ha visto con el traje de
chaqueta. Lo cierto es que no es muy frecuente verme de esta guisa. Por norma
general, voy con vaqueros o con ropa deportiva, es una suerte tener un trabajo
que te permita flexibilidad en el atuendo.
Mientras espero
que llegue otro taxi, valoro de forma apreciativa mi vida; es sencilla,
tranquila y llena de actividad física. Siempre he huido de las aglomeraciones y
del postineo, por lo que estar rodeado de gente snob que solo va a su avío me causa un malestar bastante evidente,
quizá, en esto tenga algo que ver mi madre.
Definitivamente
odio mucho el centro, me reafirmo cada vez que vengo. Estoy deseando llegar a
casa e ir a correr un rato por la playa. He alterado mi rutina y es algo que me
fastidia sobremanera. Por fin diviso un taxi y antes de cruzar para abrir la puerta
miro hacia los lados. ¡Será posible que al final la morena haga que el que deba
tener cuidado sea yo! Al final, me subo esbozando una sonrisa.
El tráfico es
bastante fluido y en un cuarto de hora estoy en casa, hogar dulce hogar. La
casa es muy acogedora, pequeña pero suficiente. Mi trabajo me permite bastante
tiempo libre como para llevar la vida que quiero sin agobio o estrés y el
sueldo no está nada mal. En invierno siempre se resiente, no obstante, espero
que eso cambie pronto, al menos así me lo ha asegurado mi amiga.
Entro en casa y
me pongo la ropa deportiva, menos mal que la morena no me ha estropeado el
traje. Otra vez pensando en la morena. Me voy a la playa a hacer mis buenos
diez kilómetros y a darme un chapuzón. Hace algo de aire y frío, aunque espero
entrar en calor con rapidez.
Mientras corro,
no paro de darle vueltas a mi choque con la morena. No soy de los que suelen
mirar a una mujer dos veces. Las encuentro atractivas, pero no llaman mi
atención, son un medio para un fin. No soy un cabrón sin escrúpulos,
simplemente no busco una relación, nunca la he buscado. Tengo suficiente con
mis polvos ocasionales.
Mi círculo es más
bien reducido, cuento con mi mejor amiga, a la que fui a ver hoy. Estamos
juntos desde el colegio, es como una hermana pequeña para mí. Nunca mantendría
una relación sentimental con ella, bastante tengo con aguantarla, además, no
soy su tipo. Una madre encantadora aunque un poco metomentodo y un amigo/vecino
al que últimamente veo poco porque está demasiado ocupado con sus estudios y su
trabajo. No puedo contar con mejores personas a mi lado.
Salir a correr
siempre ordena mis ideas y me hace pensar en las cosas importantes.
Casi cuando voy a
meter la llave en la cerradura de mi casa escucho una voz sensual a mi espalda.
—Carlos, cariño,
se me ha estropeado el grifo del baño. ¿Tendrías un momento para echarle un
vistazo? —me dice insinuante la señora del apartamento cuatro B.
Lo cierto es que
no sé ni su nombre, no es algo que me preocupe. Para mí es Cuatro B, tampoco sé
por qué ella se sabe el mío. La miro apreciativo, es una mujer madura con buen
cuerpo, unas buenas tetas operadas y unos labios, un tanto de lo mismo. Resulta
atractiva y lo hubiera sido más si no se hubiera hecho esos retoques
innecesarios. Está en exceso delgada para mi gusto, pero tiene un buen polvo.
Me deja hacer y no replica.
Lleva en los
apartamentos dos meses, casi desde el principio me echó la caña y yo la acepté
de buen grado. Cuando nos conviene, nos apañamos mutuamente y ambos tan
contentos.
Miro mi aspecto:
despeinado, mojado, lleno de arena, con olor a sudor y sal; la ropa pegada al
cuerpo y el cerebro lleno de imágenes de la morena. Desvío la mirada hacia
ella, se está relamiendo. Para qué voy a ir a ducharme y estar presentable
cuando es obvio que le pongo así. Cambio de dirección y me meto en su casa.
No hay
preliminares, no hay más palabras o saludos, solo jadeos. Ella me agarra por la
camisa y me la quita sin dilación. Le bajo los tirantes del vestido hasta sacar
sus tetas, lo subo hasta su cintura y restriego mis palmas por sus costados. El
vestido queda de cualquier manera enrollado en su cintura. Recorro la piel
expuesta con mis grandes manos, acaricio y excito cada milímetro.
Apenas la he
tocado y ya está muy mojada. Cuatro B se agarra a mi culo a la vez que presiona
mi pelvis contra su pubis. Se restriega contra mí aumentando mis expectativas.
Sin demora, baja mis pantalones cortos, los deja a medio muslo y libera mi
potente erección. La naturaleza me ha dotado bien y, por suerte, yo he
aprendido a usarlo con una cierta pericia.
Tiene una caja de
preservativos en la encimera, cojo uno sin pensármelo dos veces y me lo coloco
con habilidad, ella me observa mientras se muerde el labio.
—Hoy no me la vas
a chupar, monada. Quizá, la próxima vez —le digo excitado por su mirada y por
la imagen mental de su boca sobre mi polla. Sé que le ponen las palabras soeces
y a mí me encanta decírselas.
Meto mi mano
entre sus muslos y noto lo empapada que está. Ejerzo un poco de fricción sobre
su clítoris y se agarra a mis hombros para sostenerse. ¡Horror! Nunca he
evocado imágenes de otras mujeres que no participaran en el juego, pero una
imagen del culo de la morena viene a mi mente. Me recompongo como puedo, la
giro bruscamente, la inclino sobre el sofá y mi mente que va por libre imagina
que voy a follarme a la morena. Cierro los ojos porque el culo que veo no es ni
por asomo tan apetecible como el que deseo. Mi erección termina de hacerse
imposible con el recuerdo. Se la meto de una sola vez. Ambos jadeamos. Estoy en
un punto de no retorno.
Comienzo a menear
mis caderas, me propongo hacerlo despacio, pero dura poco. Me muevo sin
control, la estabilizo agarrando con fuerza su cintura y disfruto de cada una
de las estocadas. Ella jadea como una loca y me incentiva aún más. Siento que
no voy a poder aguantar, parezco un adolescente echando su primer polvo. Una de
mis manos masajea su clítoris en un vano intento de recuperar el control y
relajar este movimiento salvaje que he impuesto.
Cuatro B jadea
todavía más fuerte. No puedo contenerme, embisto dos veces más y me vacío por
completo en el condón con la misma puta imagen en mi cabeza, el culo de la
morena.
Mi madre me ha
enseñado que a las mujeres se las complace y se las deja satisfechas siempre,
sin embargo, en este caso creo que he fallado estrepitosamente. ¡No sé si mi
compañera ha llegado al orgasmo!
Salgo de su
interior, voy al baño, me quito el condón y me limpio. Me recompongo como puedo
y salgo al salón. Miro a Cuatro B y me sonríe. Tiene las mejillas sonrosadas y
los ojos vidriosos y turbios, se ha corrido.
—No ha estado
nada mal, cariño. Nunca te he visto tan... entregado. —Me mira con picardía y
con la promesa de que si los próximos son así, habrá muchos más. Como si no me
fuera a llamar de todas formas.
Yo solo asiento.
La charla postcoital no es lo mío. Acaricio ligeramente su cintura al pasar y
me voy sin más.
Necesito una
ducha con urgencia. No voy a tener tanta suerte. Por el rabillo del ojo veo
descorrerse unas cortinas. ¡Ya me ha vuelto a pillar!
—Mi niño, te
enseñé a tratar bien a las mujeres, no a servirte de ellas —me dice mi madre
con los ojitos tristes y de forma suave.
Siempre me ha
tratado con mucho amor, mis padres murieron siendo yo muy pequeño y Fifi me
adoptó. Me lo ha dado todo, se ha desvivido por darme lo mejor. Para mí no ha
existido ni existirá una madre mejor, pero ya no soy un crío y debo vivir mi
vida bajo mis normas.
—Madre, sabes que
es un arreglo entre ambos. No engaño a nadie, ella juega al mismo juego que yo.
No creo que a estas alturas te sorprendas de mis polvos rápidos —le contesto
descarado y con la media sonrisa que tanto le gusta.
—No seas pícaro
que sabes que me desarmas, por favor, no te metas en líos y compórtate como un
buen chico. —Se da la vuelta y se mete en su casa.
Yo continúo hacia
mi apartamento. Nada más cerrar la puerta me quito la ropa por el pasillo y la
dejo en el suelo conforme cae. Abro el agua caliente y me meto bajo el chorro a
la espera de que este me reconforte. Mis pensamientos van por libre, a pesar
del polvo que acabo de echar, la morena sigue martilleando en mi cabeza. ¿Qué
he hecho yo para merecer esta tortura?
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