"Alicia Salanueva. Tiempos de amor y guerra" - Prólogo y Capítulo I



Prólogo


   Hola, querido lector. Aquí tienes mi nuevo libro: Alicia Salanueva, Tiempos de Amor y Guerra.
   Supongo que te habrá sorprendido el título. Pues sí, es una novela con nombre de mujer porque, esta vez, mis protagonistas lo son.
   He querido hablar en estas líneas de ellas y de su papel durante la guerra civil y los años posteriores. Contar cuál era su lugar en la sociedad; su forma de vida, sus aspiraciones y deseos, su modo de comportarse y, sobre todo, su contribución a ese tiempo tan convulso que por desgracia les tocó vivir.
   Y no he querido quedarme solo con un tipo, porque fueron muchos los que existieron, casi tantos como mujeres. Ellas van a ser los personajes que articulen mi novela, ya que fueron las auténticas combatientes de la vida real y desempeñaron un papel trascendental en la sociedad de la que formaban una parte oficialmente secundaria.
   Son las que libraban las batallas que no salen en los libros, pero que realmente importan. Mujeres valientes que lucharon por mantener su familia en pie, asumiendo un papel que tradicionalmente no les correspondía; hijas que se enfrentaban a todo para seguiral hombre que amaban, o que luchaban por defender sus puntos de vista aún a costa de perder afectos, estatus, reputación o «buen nombre». De madres y esposas destrozadas por la pérdida de sus hijos o esposos y que, a pesar de eso, conseguían sacar al resto de los suyos adelante…
   Esta historia habla de sentimientos, de emociones —pasión, firmeza, empatía, entrega…—, eso es lo que vas a encontrar en este primer libro que he creado acerca de esas heroínas de las que estoy hablando. Ellas nos narrarán historias pequeñas, cotidianas, con ese toque femenino que deja un dulce regusto a vida y esperanza en el paladar.
   Alicia Salanueva, Tiempos de Amor y Guerra, es una historia de amor ambientada en un pueblo aragonés de la zona nacional, en el que existía un campo de aviación utilizado por fuerzas alemanas e italianas.
   Una historia de ficción que, no obstante, tiene mucho de real. Un pueblo inventado, pero que se parece mucho a Tauste, escenario de mis anteriores novelas; unos personajes nacidos de mi imaginación, pero que se diferencian muy poco de los que nacieron y vivieron en ese lugar y en esa época, y un contexto histórico que coincide plenamente, hasta donde he podido documentarme, con el real.
   No quiero extenderme más, solo decirte que espero que disfrutes con Alicia, su familia y sus amigos. Que comprendas a mi heroína y la quieras como yo he aprendido a hacerlo conforme la veía crecer y madurar. Que junto a ella descubras el amor, los desengaños, la tristeza y recobres la ilusión.
   Espero que pases un buen rato recorriendo con ella los escenarios y situaciones por las que una joven de quince años se vio obligada a caminar para intentar alcanzar la felicidad.

«Los personajes y hechos retratados en esta novela son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales, es pura coincidencia».






Verano de 1979



1. Tía Ali


   —¿Y tú qué le has contestado?
   —Todavía nada, lo estoy pensando. Es una decisión demasiado importante para tomarla a la ligera —contestó mi tía Ali sonriendo como yo nunca la había visto.
   Con un gesto coqueto, como si quisiera alejar malos pensamientos, se quitó la pamela con la que protegía su tan cuidada piel blanca y la corta melena rubia que nunca se mojaba en el mar.
   Dejó a mi abuela sentada en la silla de playa que estaba a mi lado y, por última vez en aquel verano, se dirigió hacia la orilla del mar a mojar sus pequeños pies, dejándome muy intrigada. No podía imaginar cuál había sido el tema de conversación de las dos mujeres, pero la cara de cada una de ellas reflejaba sentimientos totalmente opuestos. En la de mi tía, estaba recogida toda la alegría que no había tenido en su vida. Sus ojos verdes brillaban con una luz nueva, y en ellos se reflejaba una inmensa felicidad. En los de su confidente, por el contrario, solo se veía preocupación y desasosiego.
   Como cada mañana de aquellos días de julio, mi abuela se había ido a recorrer la playa con su amiga de todos los veranos, a la que mis hermanas y yo llamábamos tía Ali, aunque ni era nuestra tía ni se llamaba así. Todo el mundo la conocía por Alicia, únicamente nosotras le dábamos ese apelativo cariñoso. De esa manera la había llamado siempre mi abuela y así nos la había presentado hacía más de diez años, cuando coincidimos con ella por primera vez en la playa. Las dos se emocionaron cuando se reconocieron. Se conocían desde siempre, pero llevaban más de treinta años sin verse. Se juntaron todas las mañanas de aquellas vacaciones y, desde entonces, ella nunca había faltado a su cita con nosotras y el mar.
   La pareja tenía su propio ritual. Se encontraban en la puerta de nuestro apartamento. Tía Ali llegaba cargada con su silla, su pamela y su enorme bolsa llena de potingues, y siempre aparecía con un llamativo y bonito pareo, diferente cada temporada, que hacía resaltar su bella figura. El contraste con mi abuela Carmen, a pesar de que solo se llevaban diez años, era impresionante. Ella bajaba a esperarla cinco minutos antes de la hora, ataviada con una bata de medio luto: un vestido camisero de tela discreta en una gama de colores que iba del gris al negro. No llevaba nada en las manos, solo necesitaba su silla de playa para sentarse. Sus baños se limitaban a mojarse los pies en la orilla y sabía que yo ya me habría ocupado de que su hamaca estuviera en primera línea de playa, esperándola.
   Daba gusto verlas caminar. En cuanto se encontraban, comenzaban a charlar incansablemente y no paraban hasta que a la una del mediodía, de manera invariable, ambas volvían a sus casas.
   —¿De qué hablabais? —le preguntó Reyes, mi hermana pequeña, que también estaba extrañada de ver la cara tan contrariada con la que mi abuela había vuelto del paseo. Esa mañana, el ruido de las conversaciones de la gente de las sombrillas vecinas no le había permitido escucharlas bien. La chiquilla solía entretenerse oyéndolas, mientras esperaba a que sus amigas acudieran a la playa, pero ese día las dos mujeres tuvieron mucho cuidado de que sus palabras no llegaran a oídos de la niña.
   —¡Nada! Cosas nuestras. Una locura que se le ha ocurrido a esa cabeza de chorlito —le contestó. Trataba a su amiga como si fuera una hija. Según nos contó, la había visto nacer. Las dos eran del mismo pueblo, sus familias eran amigas y juntas habían compartido muchos momentos terribles, aunque no se habían vuelto a ver desde que la guerra civil había acabado—. Está a punto de cometer una locura y no sé cómo evitarlo —dijo más bien para sí misma que esperando una contestación.
   En ese momento, vio que la aludida regresaba del mar y se calló, dejándonos a Reyes y a mí mucho más intrigadas que al inicio de la conversación.
Mi tía caminaba feliz hacia nosotras, con la elegancia propia de una bailarina. Era delgada, no muy alta, y su cuerpo no aparentaba los cincuenta y siete años que, según nos había confesado en un momento de coquetería, tenía.
   —Bueno, chicas —nos dijo sonriendo—, me temo que se me han acabado las vacaciones. Me voy esta tarde en el tren de las cuatro, así que creo que será mejor que nos despidamos aquí.
   —¡Vente a comer con nosotras! —la invité sin contar con nadie más. Me apetecía seguir hablando con esa mujer que en nada se parecía a las otras amigas de mi abuela. Para mí, era un espécimen digno de estudiar y no me resignaba a que se marchara sin contarnos qué es lo que se traía entre manos.
   Ese invierno se había quedado viuda, pero, en vez de vestirse de negro y guardar el consabido luto, parecía haber florecido. Cierto es que nosotras no conocíamos a su marido. Jamás la acompañó a la playa. Sabíamos de su existencia porque era él quien el uno de julio la traía y el quince la venía a buscar; pero nunca se quedaba ni un día a pasarlo con ella, así que era un completo desconocido para nuestra familia, y a mí me daba la impresión de que tía Ali no le tenía demasiado aprecio.
   —Muchas gracias, Ana; pero prefiero hacerlo en mi casa. Tengo un montón de cosas que recoger y, además, este año me vuelvo en tren y ese no me va a esperar —me contestó sonriéndome. Me tenía un cariño especial, o eso me parecía a mí, a pesar de que siempre me estaba criticando. Le molestaba mi afición a los libros y el hecho de que, en cuanto llegábamos a la playa, yo buscaba alejarme de todos para que nadie me desconcentrara y me impidiera leer las diferentes novelas que invariablemente ocupaban mis manos.
   «Conforme pasan los años te estás volviendo más hosca, querida. —Era una de sus frases favoritas, que me dedicaba a mí en exclusiva—. Deja los libros a un lado y empieza a disfrutar de la vida, que nunca vas a encontrar aventura más bonita que la de vivir».
   Yo nunca entendí muy bien qué me quería decir. No parecía que su existencia fuera demasiado interesante. Una mujer sola, sin hijos, que pasaba su tiempo entre su casa de Madrid y su apartamento de la playa. Nunca la había oído hablar de grandes viajes ni de amigos interesantes. Quizás lo único que se salía de su rutina fuera que aquel año se iba a su casa el once de julio en lugar del quince, así que no me parecía la persona más indicada para animarme a buscar nuevas sensaciones.
   —Y, ¿por qué te vas tan pronto? ¿Qué más te da marcharte un día u otro? —le preguntó Reyes que, amparándose en sus diez años de edad, imprudentemente, continuó hablando—. Total, ¡nadie te espera!
Tras esas palabras, se hizo un incómodo silencio. Vi cómo mi abuela se contenía para no darle una bofetada a mi hermana; pero, en cambio, una sonrisa misteriosa se instaló en la cara de tía Alicia.
   —Te equivocas, pequeña. Alguien me está aguardando. Tengo una cita a la que esta vez no pienso faltar.
   Se puso su pareo con la elegancia que solía y, después de darnos un beso y despedirse hasta el año siguiente, se alejó dejando tras de sí el inconfundible aroma de su colonia de margaritas, y a nosotras, que nos quedamos con la boca abierta.



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