Tenía el dinero justo para llegar a París e instalarme en el Beat Hotel, como me habían recomendado. Dijeron que algo había entre aquellas paredes que lograría quitarme ese bloqueo que me volvería miserable en muy poco tiempo.
Mi viaje fue una especie de inversión, la última creía yo, porque todos mis ahorros quedarían allí si no funcionaba, y también yo, como un vagabundo más en sus calles. Pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr, tenía que existir algo más allí afuera; estaba cansado pero aún no abatido.
Me habían dicho que no esperara lujos, pero tampoco estaba acostumbrado a ellos, así que no me importó. De hecho el lugar, aunque un poco austero, se veía más bien como algo "artesanal" y no simplemente descuidado. La ventana de mi habitación daba a una escalera interna, como todas las demás, y la luz era escasa, sin embargo eso no me incomodaba. El hecho de estar acompañado de otros artistas hacía también que poco importara el hecho de que mis sábanas no hubiesen sido cambiadas en mucho tiempo.
El dinero alcanzaba para quedarme un mes, pero decidí acortar la estadía a cambio de dos o tres baños de agua caliente en la bañera comunitaria del hotel, disponible solo los fines de semana y bajo reserva con pago extra incluido. No es que fuera un hombre muy pulcro, sino que de haber sabido esto de antemano hubiera preferido ir en verano. Con pulmonía no llegaría a ser ni vagabundo, no era un buen negocio.
Durante las primeras dos semanas nada sucedió. Estaba pasando buenos ratos con algunos artistas, incluso había aportado alguna idea para una que otra canción del compositor de la habitación contigua, pero mis hojas seguían de un blanco tan inmaculado que contrastaba horrendamente con las tristes cortinas de color marfil, otrora quizás hueso o hasta blancas, quién sabe.
La dueña del hotel me había dicho que podía dejar mi impronta en aquella habitación si así lo deseaba, como otros habían hecho, pero en todo ese tiempo no había salido de mi boca una idea prometedora o una frase "célebre" que valiera la pena. Comenzaba a desesperarme una noche, después de mi segundo baño de agua caliente, cuando noté algo diferente en la pared frente a la cama. En un rincón, sobre un dibujo del rostro de una mujer con un cigarrillo en su boca y la mirada desafiante, pero a la vez triste, pude distinguir claramente la palabra "beat", pero antes no estaba allí. Lo sabía perfectamente, llevaba días viendo aquellas paredes en busca de una idea salvadora. En ese momento comencé a escuchar un ritmo de jazz inundando mi cabeza, la habitación y quizás el hotel entero. Era tenue pero espeso, todo lo cubría. Creía que vendría del bistró del primer piso, sin embargo, al abrir la puerta de mi habitación noté que en el pasillo reinaba el silencio.
«Ya me he vuelto loco», pensé, y volví a cerrar la puerta, pero al hacerlo la música volvió a inundarlo todo. Incluso podía distinguir, entre las notas de aquel jazz, las voces de algunos de los artistas con los que había estado conviviendo esas últimas semanas. Me sentí luego algo mareado y busqué afirmarme en el escritorio. Pero al apoyar mis manos de lleno sobre él, mis dedos comenzaron a alargarse hacia el montón de hojas en blanco y estas a su vez comenzaron a temblar. Di un salto hacia atrás con temor y, a tientas, sin dejar de ver aquellas hojas temblorosas, busqué el picaporte de la puerta para ir en busca de ayuda, pero no lo encontré, de hecho tampoco estaban allí la puerta ni la ventana como hacía unos segundos atrás.
Entonces sentí mucha sed y mis rodillas comenzaron a ceder. Luego ya no pude parpadear. Comencé a sudar frío y creo que dejé de respirar por un rato considerable, porque lo que pasó después fue que comenzaron a brotar palabras desde aquellas artísticas paredes hasta cubrirlas por completo en un negro manto con aroma a tinta, que se propagó por el suelo, por los muebles y finalmente consumió todo mi cuerpo, ahogando mis gritos mudos y llevando mi alma hacia un sombrío silencio.
Luego, sentí paz. Paz y felicidad. Casi de forma instantánea mi cuerpo se alivianó y se liberó de los miedos y preocupaciones, entendiéndolo todo. No había nada a mi alrededor, y aunque sintiera que estaba moviendo los brazos intentando tocar algún objeto, no lograba hacer contacto ni siquiera conmigo mismo. Me volví etéreo, fui solo un alma, y me entregué a aquella paz sonriendo como un niño frente a un regalo de navidad de tamaño considerable. Cerré los ojos —que sentía tener abiertos aunque no estuvieran allí— porque ya no había nada por hacer más que pensar en la nada misma, y me fundí en un tácito acuerdo con ella a cambio de sentir eternamente la libertad que me invadía.
Lo siguiente fue despertar sobre el escritorio tras los intensos golpes a mi puerta del músico de la habitación contigua. Me incorporé rápido a pesar de lo confundido que me sentía y mi cuello se quejó por la mala postura en la que al parecer había dormido. Luego abrí la puerta, que había vuelto a estar en su lugar, para escuchar a John decirme que bajarían al bistró y que me veía fatal.
Sobre la pared donde se encontraba el rostro de aquella mujer y la palabra "beat", había un pequeño espejo en el cual constaté que John tenía razón. Parecía que no había dormido en días. Luego noté que mis manos estaban manchadas con tinta y recordé la extraña experiencia que había vivido. «¿Lo habré soñado?», me pregunté. Fue entonces que volví al escritorio y vi que mis hojas ya no eran blancas. En su lugar, encontré la novela que me sacó de la miseria a la que me condenaba mi ignorancia y debilidad, la que me liberó de la presión del sueño americano que me había arrastrado hasta allí, la que el Beat Hotel me regaló de una misteriosa forma que no cuestionaré jamás.
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Me encantó, creo que necesito irme a ese hotel un tiempo.
ResponderEliminar¡Si todavía existiera, te acompañaría! El hotel cerró en 1963 :(
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