Treinta y siete grados a la sombra


Tenía todo planeado. El 25, después del almuerzo familiar y mientras todo el mundo durmiera una profunda siesta, se vestiría de Papá Noel y entraría a la casa de su jefe. El muy desgraciado solo le había regalado un pan dulce y una sidra a cada empleado para navidad, como si con eso pudiera tapar el hecho de que otra vez no les pagaría aguinaldo. 
Víctor no trabajaba en negro, pero era obligado mes a mes a firmar un recibo de sueldo trucho. No lo amenazaban de forma directa, pero sabía que si no lo hacía se quedaría sin trabajo. 
En su casa no hubo lechón frío, vitel toné y lemon champ, se comió pollo a la parrilla con ensalada rusa. De postre, el mantecol, el turrón y las garrapiñadas que habían sobrado del 24, un clericó con más vino que fruta, y el pan dulce y la bendita sidra de la discordia que repartieron entre 10. El ventilador solo removía el aire caliente propio de diciembre, agravado por la ingesta de comidas propias de julio y 6 criaturas corriendo por la casa, abriendo y cerrando la puerta del patio por donde entraba el verano sin permiso. 
Víctor fue a vestirse y puso la excusa de ir a ver y sorprender a un amigo que sabía que estaba solo en las fiestas. "Te vas a cocinar con eso", le advirtieron. "No pasa nada", dijo él. Llevaba escondida dentro del traje un arma de juguete de su hijo que a simple vista se veía muy real, por las dudas, y una tupida barba de vellón le cubría casi toda la cara. 
Los pocos que cruzó en la calle y que no dormían lo saludaron al grito de "¡Feliz Navidad!", sin importar quién era. «El espíritu de la navidad los vuelve a todos buena gente, menos a mi jefe», pensó. Tomaba coraje abrazando a la bronca y a la injusticia mientras caminaba, a tranco largo, hacia su objetivo. Él no era un ladrón, era solo un hombre trabajador en busca del dinero que merecía, o al menos de eso intentaba convencerse. 
De pronto se sintió algo mareado y el sudor que lo cubría bajo el caluroso traje se volvió helado. Tuvo la necesidad de arrancarse la barba falsa para respirar y se le aflojaron las piernas. "Carajo, me muero…" dijo en voz baja, y no pudo avanzar mucho más. Todo a su alrededor comenzó a verse como los viejos negativos de las fotos y apenas distinguía un árbol de una persona. Cayó de rodillas, y escuchó a alguien acercarse: "¿Amigo, te sentís bien?". 
Lo siguiente fue despertar y verse rodeado de gente gritando "¡déjenlo respirar, sáquenle la ropa, llamen a una ambulancia!". Mareado todavía, palpó el arma de juguete que llevaba y quiso salir corriendo, arrepentido por lo que había estado a punto de hacer, pero no tenía fuerzas para levantarse. 
"Navidad de mierda…" balbuceó. Ahora él tendría que dar muchas explicaciones mientras su jefe dormía plácidamente su siesta bajo el aire acondicionado.



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