"Temblores" - X - Segundos kilométricos


—X
Segundos kilométricos




Toda tu familia se da cuenta de que estás de mal humor y deciden evitar hablar en tu perímetro, lo que da para una once bastante tensa. No te importa porque lo único que tu cerebro procesa en este momento es el zumbido en tus oídos y el palpitar en tu pecho. Sales de tu casa cuando terminas de comer porque no estás con el ánimo para escuchar sus susurros sin acabar rompiéndole algún hueso a alguno de tus hermanos. Ha ocurrido antes.
Te sientas en la plaza y el frío nocturno te refresca un poco los pensamientos, pero el problema de esto es que llega la certeza de haber dicho cosas que no habrías dicho de no haber estado al borde del colapso. ¿Son verdades si las dices en medio del pantano que son tus pensamientos? No es como que para Néstor haga alguna diferencia. ¿Te deberías sentir mal?
Ya te sientes mal, de todos modos, aunque sientas que te faltaron cosas por decir. Pudiste haberle recordado que tiene amigos que se preocupan por él, aunque a él no le importe como no le importa nada, y que les ha hecho perder el tiempo a todos ustedes. Podrías haber hablado de Giselle y de Trinidad y de Emilia. Podrías haberle gritado algo sobre sus delirios ridículos y como ni una de las cosas de las que se pueda convencer elimina que debe aceptar la muerte de su hermanito.
Tú no estás muy seguro de qué sería de ti si alguno de tus hermanos muriera por causa tuya, pero tienes la impresión de que lo llevarías mejor que Néstor. Quizás es porque eres mayor que lo que él era cuando sucedió y, si es que algo vale, se adaptó bien durante los primeros años. No quita nada. No quita que no pudo siquiera esforzarse en salir de su pieza.
¿Pero quién dice que no se esforzó? Tal vez lo intentó y no pudo. Tal vez el miedo ganó y tú solo fuiste a restregarle sus derrotas en la cara, a hablar de cosas que no entiendes, como lo es perder a un familiar. Nadie cercano a ti ha muerto alguna vez. Solo puedes teorizar y no crees que esto sea suficiente, como has tenido que lidiar con todos los problemas de tus amigos excepto cuando te afectan lo suficiente como para mimetizarte en ellos.
No te puedes mimetizar con esto. Si Giselle deja de comer tú también puedes hacerlo, pero si el hermanito y el papá de Néstor están muertos—no hay nada que puedas hacer. Quizás fuiste muy cruel, pero ese segundo en que viste a la coraza de Néstor hacerse pedazos bajo el peso de tus palabras valió más que todas las conversaciones vacías del último año y medio.
Año y medio. Empezó cuando tenías catorce y ahora estás próximo a tus dieciséis. El tiempo se siente raro cuando lo miras así. Decides que no puedes quedarte donde estás así que sacas tu celular y marcas el número de la única persona que en este momento va a escuchar lo que sea que digas sin juzgarte.
Adrián te dice que vayas a su casa y tú decides ir porque estás perdido y solo y necesitas algo que hacer contigo mismo. Llegas cuando están terminando de tomar once y su mamá te mira extrañada, como tratando de explicarse tu presencia en su casa después de las ocho de la noche.
—¿Está Adrián? —preguntas y él parece por el costado de su mamá, le sonríe tensamente y ella desaparece hacia dentro de la casa. Él prácticamente te arrastra a su pieza y a ti no te importa porque estás más ocupado tratando de hilvanar las veces anteriores que has estado aquí con esta, en la que se podría decir que estás tratando a Adrián como a un amigo.
Ese pensamiento es demasiado confuso como para considerar ahora, sumado a todo lo demás, así que lo dejas ir mientras te sientas en su cama. Él pregunta qué onda y tú te encoges de hombros. ¿Por dónde empezar? Tratas de recordar para poder relatarle, pero lo primero que se te viene a la mente es la cara de Néstor y algo se aprieta en tu garganta.
—¿Pasó algo con Néstor? —pregunta Adrián. Asientes—. Supe que su papá falleció…
—Fui a su casa a gritarle.
Te observa raro, como si acabaras de confesar un crimen. Quizá lo es, esto de gritarle a la gente cuando está de luto.
—¿Por qué hiciste eso?
—Porque la última vez que su papá lo vio fue en mayo del año pasado —dices y eso sí te da pena y la voz se te quiebra un poquito. El Néstor que era tu mejor amigo no habría hecho eso, pero quizás ese Néstor solo existía dentro de tu cabeza. Te muerdes el labio—. Su papá estuvo hospitalizado por más de un año y Néstor nunca lo fue a ver, y su mamá tiene todas estas cuentas que a él no le importan si se da el lujo de no ir al colegio y…
No llores, Gaspar, pero pensarlo solo hace que la garganta te duela más. Adrián te está mirando con aprensión, listo para alzarse apenas demuestres siquiera un poco de debilidad. No sabes por qué viniste, si querías que él escuchara o porque eres una persona horrible y no puedes ser feliz a menos que alguien esté dedicándote toda su atención.
No sabes qué cara habrás puesto porque Adrián casi funciona de espejo por un segundo y luego se sienta al lado tuyo, pero no sabe si tocarte o no. No logras regular tu respiración. No quieres llorar. No por esto, de entre todas las cosas.
—Adrián —intentas decir para pedir algo, ya sea un vaso de agua o que deje de sentarse tan cerca o que ponga música, al menos, pero en cambio se te escapa un sollozo y no puedes detener ninguno de los que le siguen. No lloras de manera digna, como te gustaría, sino que te ahogas en tu propio aire y el estómago te duele después de unos segundos. No puedes dejar de tiritar.
—Gaspar —dice él como que quiere acompañarlo con algo consolador, pero Adrián siempre ha sido como la mierda para ayudar gente con sus emociones. Ni siquiera lograr juntar el coraje como para al menos abrazarte.
—El papá de Néstor falleció y a él no le importa y él no es así —dices entre sollozos que te hacen apenas comprensible. Esto es humillante, Gaspar. Basta—. No sé qué pasó y no lo puedo ayudar y no lo quiero ayudar, de todos modos, porque no sé cuál es su problema. Y Rebecca amenazó con hablarle al orientador sobre mí, y Giselle todavía no sabe sobre tú y yo y ya le rompí la promesa a Raquel porque soy muy cobarde como para poder estar solo. Soy una mierda de persona.
Él lo niega, pero es porque no sabe de qué está hablando.

Cumples dieciséis años un lunes en el que tienes clases, como todos los lunes de tu mísera vida desde que entraste a la educación municipal chilena. Giselle te regala un abrazo y un capri, Adrián te da una palmada en la espalda que te da una tentación de risa difícil de aguantar y Raquel te regala su apatía. Como es tu cumpleaños, tú te regalas el no sentirte como la mierda ante esto.
Rebecca te regala una cita con el orientador, como prometió, a la que tu profesor jefe te manda durante consejo de curso. Te sientas afuera de la oficina con Emilia, que también está ahí por razones que desconoces y no te interesan mucho.
—Néstor me contó que lo fuiste a ver —te dice. La observas. Si no la conocieras, no te darías cuenta del modo en que le da toda su atención a sus rodillas en lugar de a ti. Está enojada.
—¿Ya?
—¿Por qué le dijiste eso? —te pregunta. Te dan ganas de decirle que, aunque Néstor le tenga ganas, eso no le da ningún derecho a ella por encima de nadie. No significa que lo conozca mejor que tú, pero a estas alturas ya no estás seguro.
—Porque ni tú ni nadie más se lo iba a decir nunca.
—Néstor intentó salir…
—Si sigue en su casa, es porque no intentó suficiente.
—No es tan fácil —responde con fuerza.
—Para nadie nada es fácil, pero no todos nos damos el lujo de huir.
—¿Me vas a decir que nunca has querido?
Y ahí hay algo que considerar. ¿Es Néstor cobarde por huir, o eres tú cobarde por no ser capaz de hacer lo mismo? ¿Es valentía cuando te levantas en la mañana y vas al colegio o es mero conformismo?
La semántica no importa, sino el resultado. Pero salir y enfrentar al mundo no te ha hecho feliz y escapar y esconderse no ha hecho a Néstor feliz, ¿así que qué es lo que se debe hacer?
—No soy dueño de la verdad —admites—, pero creo que tenerle lástima a Néstor no resuelve ninguno de sus problemas.
—Crees que eres la única persona que no le tiene lástima solo porque le tienes ganas.
Te deja helado. Miras a Emilia que te sigue sin mirar, porfiadamente enfocada en sus rodillas y en la tela de su falda.
—Pero la verdad, Gaspar —dice, y tienes miedo, súbitamente, porque ella no debería saber estas cosas, y cómo las sabe, y recuerdas lo que dijo Néstor y tienes miedo porque cuando habla suena tal cual la voz en tu cabeza que te dice que te tires por la ventana—, es que tú quieres que él te tenga lástima. Y te da rabia, porque no le importas.
Todos los ruidos en el pasillo hacen eco y todas las hojas de los árboles están susurrando risas.
—¿Quién chucha te crees que eres?
El rugido te sale sin que lo notes y solo te percatas de la demostración de tu ira cuando Emilia se encoge en sí misma, aterrorizada. Te pones de pie. Eligió una mala semana para intentar hacerte la pelea.
—¿Te crees especial porque Néstor te habla? ¿Sabes por qué te empezó a hablar? Porque le dabas pena, porque a todos nos das pena, no hay nadie en todo el curso que te hable que no sea porque les da pena lo rara que eres. Agradécele a Rebecca por tratarte como el hoyo porque si no nadie te daría la hora.
No te responde. Te cuestionas si el orientador habrá escuchado. ¿Esto clasificará como bullying? Probablemente. Emilia está temblando. Debe estar aguantándose las lágrimas. No logras sentirte mal. Ella se lo buscó.
Hay algo enfermo en la boca de tu estómago, pese a todo, y te das cuenta de que lo único que haces últimamente es decirle cosas horribles a la gente. No sabes por qué y no sabes cómo detenerte, o si deberías, o si quieres.
—Le voy a decir a Néstor —dice Emilia con la voz temblorosa. Te ríes. Suenas como Javier.
—Acúsame, entonces. Si ni puedes pelear tus propias peleas.
—Y le diré a Giselle.
Y ahí Emilia sí te mira y ahí sabes, Gaspar, que no se refiere a esto. No se refiere para nada a esto.
—¿Cómo sabes? —preguntas.
—¿Cómo sé qué?
Casi lo dices, pero se te traba la lengua. Emilia tiene los ojos enrojecidos. Tú sientes que te vas a desmayar.
—Un amigo me contó —responde al final.
—¿Qué amigo?
Y se alza de hombros. Repasas en tu mente toda la gente que sabe, entre tú mismo, Adrián, Raquel, Javier—
Javier. ¿Pero por qué le diría a Emilia? ¿Siquiera la conoce? ¿Qué ganaría a partir de traicionarte? ¿Será otro de sus juegos enfermos? Pero es tu amigo, ¿no? Dudas que haya sido él, pero no hallas más respuestas y Emilia sabe y alguien le dijo, ¿y quién más pudo haber sido? Tampoco le dijiste a Javier con quién te estabas acostando, exactamente. Solo que era un compañero de curso. ¿Cómo podría haber reducido el sujeto hasta saber que era Adrián? ¿Dijiste su nombre alguna vez?
Estás mareado.
—Hasta podría decirles a tus papás.
Vas a vomitar.
—¿Qué quieres?
Harás lo que sea que te pida. Lamerás el piso si así te lo dice, pedirás perdón por todo lo que dijiste, le pedirás perdón a Néstor, lo que sea, pero no te puede hacer esto. Pero no dice nada y vuelve a mirar para otro lado y tú estás sudando frío.
—Emilia. ¿Qué quieres que haga?
Nada. No habla.
Voy a vomitar, piensas, pero no lo haces.




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