"Zapatos rojos" - de Edith1612


   Esa mañana Albertina no necesitó escuchar el ruidoso despertador para levantarse, era su primer día de clases, estaba especialmente contenta porque iría con sus dos hermanos mayores a la escuelita del pueblo. Desayunó té y un trozo de pan viejo, en tanto sonreía a su padre que trataba de trenzar su cabello mientras comía.  La niña levantó su pequeña manita acariciándole el rostro, él sonríe diciendo: “Hoy la princesa de casa ya se hizo grande, debe ser útil a la sociedad, aprender… Sobretodo compartir con niñitas de su edad”. Miraba a su hija de 6 años con orgullo, intentaba no llorar frente a ella. Todos saben que el hombre, no llora ¡Es fuerte!
Ana, su mujer, murió hace 4 años de cáncer, desde esa fecha se ha encargado de sus tres hijos, son la razón de su vida.  Julio y Sebastián, sus gemelos de  9 años, heredaron los ojos vivaces y piel bronceada de su madre. El mayor de los dos, por cinco minutos, es Julio, de complexión delgada, baja estatura, aún no aprendía a leer, decían en la escuela que tenía problemas de aprendizaje, pero para su padre era el hijo más cooperador y respetuoso del mundo, no aprendía rápido como los demás, eso asustaba un poquito, sin embargo él nunca lo hizo  y se consideraba el mejor trabajador del fundo del patrón Guillermo.  Sebastián era alto para su edad, aprendió a leer a los 7 años, el encargado de informar a Mateo, su padre, lo que contenían esos signos incomprensibles para él de cada hoja escrita que llegaba a sus manos, al contrario de Julio asistir a clases era una obligación. La pequeña Albertina era su sombra, desde los 2 años tuvo que arreglárselas para cuidarla, llevándola a escondidas a su trabajo, ocultándola de sus patrones durante el día, así evitaba dejarla sola en la rancha.
Esa mañana  los cuatro salieron de su improvisada casa, construida con deshechos de madera encontrados en el vertedero municipal, ubicada a diez minutos de allí. El trayecto hacia la escuela estuvo lleno de anécdotas divertidas del trabajo de Mateo, cada hijo llevaba en la mano un cuaderno en una bolsa de plástico, con la otra sostenían fuertemente la de su padre,  Albertina iba montada en los hombros de aquel hombre rudo, equilibrándose amarrada con sus manos de la cabeza. Eran las 7:45 am. Se despidieron los niños con un beso, tomando a su hermana de la mano para conducirla a su salón de clases. En la puerta Julio arregló su ropa, mientras Sebastián le amarraba los cordones de los zapatos. Tocaron, al instante salió la maestra Silvia abrazando a los gemelos para luego saludar a la pequeña niña.
Julio y Sebastián, mis queridos porotos, ¡cómo han crecido! Parece que este año los veré muy seguido por estos lados ¡Eso me gusta!
¡Sí, maestra! Respondieron al unísono, corriendo al mismo tiempo a su sala, porque el timbre ya había sonado.
Algunos meses después Mateo se dio cuenta que Albertina ya no quería ir en sus hombros y al caminar junto a sus hermanos costaba siguiera el ritmo. Preguntó muchas veces a sus gemelos si había pasado algo que mantenía a su hija triste, sin su alegría habitual. Al llegar a casa esa noche, se sienta al borde de la cama, donde duermen sus tres hijos, la niña al escuchar a su padre abre sus ojos diciendo:
¡Papito, llegaste! Abrazándolo con fuerza.
Mi princesa ¿Qué tal su día? ¿Cuántos 7 lleva?
Papi, la maestra Silvia me eligió como la mejor del salón, también fui la primera en aprender a leer, recibiremos un premio al lector el próximo lunes…  No quiero ir a eso.Bajó la mirada, una lágrima se deslizó por su mejilla.
¿Qué pasa princesa? ¿Por qué está llorando?
Nada papi, nada.
¡Sí pasa, papá!  Albertina no quiere que sepas. Responde Sebastián inquieto a su padre.
¡Tú no te metas Seba!
¡Lo haré porque eres mi hermana! Julio te iba a decir, papá, pero ella no quiere dijo señalando a la niña.
Albertina, hija, cuéntele a su papá ¿Qué está pasando?  ¡Por favor!  No puedo ver esa carita triste.
Papi es que… Tú no puedes, yo sé que esto no tiene solución.
¿Qué no tiene solución? La niña bajó la mirada, si le decía a su padre sobre el estado de sus zapatos… esos que heredó de uno de sus hermanos… A pesar de cuidarlos, estaban gastados en la suela, había un orificio en ellos difícil de disimular con papel o cartón, no le permitían correr con facilidad, los niños y niñas de su clase le decían “Alberhoyo”. Sentía mucha vergüenza, pero no estaba dispuesta a hacer sufrir a su padre por ese motivo, sabía que el dinero no alcanzaba. Luchó contra las ganas enormes de llorar.
Papi, si ya aprendí a leer, ¿puedo quedarme en casa?
¿Qué vas a hacer aquí? dijo su padre sorprendido.
Ordenar, limpiar, hacer tu comida.
¡De ninguna manera, el adulto soy yo! ¡Usted, mijita, su único deber es estudiar!
¡Dile la verdad Albertina al papá! grita Julio.
Es que papi… mis zapatos…
¿Qué pasa con sus zapatos? Toma uno debajo de la cama, observa detenidamente, algo en el pecho quemaba, una oleada de coraje, rabia, frustración sacudían su alma.
Papi, no te preocupes yo estoy acostumbrada a caminar con ellos… No te pongas triste. Descubre la manta que abriga a los niños, toca la planta de los pies de Albertina, tiene una herida pequeña justo en el lugar donde está el orificio del zapato, rompe a llorar. Los niños instintivamente abrazan a su padre.
Perdonen mis niños por la miseria en que viven, sé que no es justo, por eso me deslomo el hombro trabajando, para que ustedes estudien… ¡Sin educación no somos nada! ¡Por favor hijos, perdonen por no darles todo lo que merecen!
Cuando los niños lograron quedarse dormidos, Mateo se sentó en uno de los banquillos al borde de la mesa, se sentía impotente ¿Qué podía hacer? Por más que daba vueltas y vueltas en su cabeza no encontraba solución a este problema. Salió despacio sin hacer ruido hacia la casa de don Guillermo que estaba a unos 2 km. detrás del vertedero, ya había amanecido, pediría un adelanto de su quincena… Era sábado, el patrón estaría en la lechería. La bocina del camión recolector de basura lo distrajo de sus pensamientos, estaba justo en medio de su trayecto, con rapidez se movió para luego observar con detenimiento, en uno de los espejos exteriores colgaba un par de zapatos rojos pequeños. Saludó a Juan, uno de los recolectores.
¡Hola Mateo! ¿Los sábados también trabajas hombre?
Ni lo digas, hay que ponerle el hombro todos los días. Juan saca los zapatos del espejo lanzándolos junto a la basura.
-¡Por suerte terminamos por hoy!  Desde las 3 de la mañana sacando escombros, ya me duele la espalda. Suena la bocina, Juan se despide con la mano, Mateo los ve alejarse; luego busca con la mirada donde vio caer la basura. ¡Ahí estaban! Unos hermosos zapatos de charol rojo, casi nuevos. Escarbando entre los escombros descubrió  dos autos pequeños, una muñeca de trapo, una cuerda para saltar,  una cuchara y tres tazas ¡Todo un tesoro! Decidió volver a casa, mientras aún dormían sus hijos, limpió los zapatos, lavó los juguetes y puso todo en una caja de cartón. Cuando los niños despertaron su padre los esperaba sonriendo.
Mis dormilones ¿Quién quiere hacer sopaipillas conmigo?
¡Yo, yo, yo! gritaron sus hijos. Después del desayuno Mateo les mostró la caja, los niños curiosos corrieron a abrirla, ahí estaban aquellos juguetes y los zapatos rojos. Albertina corrió a abrazar a su padre llena de emoción.
¡Eres el mejor papi del mundo! ¡Están... Están maravillosos! ¡No me los sacaré nunca! Los gemelos corrían alrededor de Mateo, estaban felices por esa sorpresa.
¡Eres el mejor papá de toda la galaxia! dice Julio.
¡Siii! grita Sebastián.
Nuevamente era lunes, el fin de semana pasó rápidamente, Albertina de nuevo sobre los hombros de su padre, los gemelos corriendo alrededor de él camino a la escuela. Se despiden al llegar al portal.
Pórtense bien mis querubines, cuiden a su hermana. Señalando a la niña—. Tú, mi princesa, serás la premiada más linda de toda esta escuela.
Entran.
Al principio  de ese mes todo iba bien, las niñas jugaban con Albertina, los niños se acercaban a ella para que les explique lo que no entendieron de alguna asignatura, pero… pero Alicia, la hija del patrón de su papá, la odiaba, siempre cuando se ordenaban para entrar a clases, la empujaba, regalaba dulces a todos menos a ella, decía que estaba plagada de piojos, los demás compañeros, uno a uno volvieron a tratarla mal. No podía contarles a sus hermanos lo que sucedía, la última vez Julio se agarró a golpes con tres de sus compañeros, después de eso la apodaron “Alberhoyo”… A su papá sólo le haría daño enterarse que no estaba pasándolo bien en la escuela, por lo tanto se quedaba callada.
Estaba en clases de matemáticas, pero necesitaba imperiosamente ir al baño, se acercó a la maestra Silvia para pedir permiso.
Vaya, porota, no se demore.
¡Gracias!
¡PFFF! Aprovecha y báñate cerda del basurero dice Alicia cerca de su oído. Sale corriendo hacia los baños, observa su imagen en el espejo, toca con sus dedos su reflejo, cubre su rostro y llora.
Yo siempre me baño ¿Por qué mis compañeros me odian tanto? Lava su cara y corre hacia su salón, se detiene justo en la entrada cuando escucha a la maestra Silvia regañando al curso…
Respeto hacia los demás, es un valor que en estos días en este salón está ausente. ¿Quién les dijo que son más importantes que ella? ¿Acaso no tienen corazón? ¡Dios mío, que les enseñan en sus casas!
Maestra Silvia, es verdad lo que dije ¡Albertina huele a basura! Además el capataz de mi papá me contó, los zapatos que usa, su papá los sacó de la basura. Todos los niños reían. La niña en esos minutos no quiso seguir escuchando, salió corriendo en dirección al río…

Horas más tarde la policía encuentra en la arena un cuaderno, y sobre él, unos zapatos rojos.





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