— XVII —
Di por favor
No es tan terrible en parte porque no lo
entiendes, y tienes la costumbre de dejar de lado las cosas que no entiendes.
No significa que no te desvivas por ellas, porque tú te desvives por todo, pero
no ocupan el lugar principal en tu mente.
Rebecca obviamente está equivocada acerca
de la vida en general, así que no puede haber contestado bien las preguntas que
le hiciste. Te repites esto hasta que lo dices a susurros para ti mismo y tu
mamá te termina retando por parecer loquito.
—Tu papá hace la misma cuestión —dice en
medio de la once mientras tus hermanos se ríen entre dientes. Tu papá niega
fervientemente esta acusación y el resto de la hora se va en escucharlos
discutir al respecto, mientras en
la tele interrumpen el programa de baile para hablar de cómo murió una familia entera en un choque en la ruta 68.
la tele interrumpen el programa de baile para hablar de cómo murió una familia entera en un choque en la ruta 68.
Juegas con tus hermanos porque hace tiempo
que no haces eso y a veces se te olvida que existen porque sus vidas se ven
distantes a la tuya, entre todo esto que sucede. Eres un vórtice de depresión y
todos ellos son demasiado pequeños y felices como para lidiar con tu mierda. Se
alegran cuando te sientas con ellos a jugar Play. Te llaman Gaspa. Te da pena
que tienes literalmente ocho años más que el mayor, lo que a veces, antes, te
hacía preguntarte qué pasó en el matrimonio de tus papás durante esos ocho
años.
Te mandan a comprar pan, y tu hermana
chica pide chicles y el menor de todos pide ogate, que es
chocolate, pero no cualquier chocolate sino que un Kinder Sorpresa. Tu mamá te
da cinco lucas, te pide kilo de pan, una caja de té, los chicles de tu hermana
y chocolates para todos. Un engañito, dice, para que los pendejos
se queden tranquilos mientras ella cierra el negocio. Si no alcanza, que lo
dejen anotado y tu papá lo paga a fin de mes.
La señora del negocio siempre te conversa
sobre tu vida y luego la suya y luego sobre el país. Te cansa un poco. Sabes
que su vida es mierda y la tuya será mierda y que el país en el que nacieron es
mierda. No necesitas conversar al respecto para estar al pendiente.
—Cuídese, mijito —te dice cuando te da la
bolsa. Tú le deseas que haga lo mismo. La gente está regando sus patios cuando
caminas de vuelta a tu casa y el olor a tierra mezclado con agua te recuerda a
tus veranos pasados, esos en los que sí salías de tu casa. Días de marzo en los
que ibas a otros lugares aparte de tu casa después de clases.
Todo el mundo en este país está bebiendo
con sus amigos en algún lugar porque es sábado y tú en cambio estás armándole
el autito de juguete a tu hermanito de dos años. No es terrible, piensas. Hay
peores cosas en la vida.
—No te lo eches a la boca —le dices. Te
sonríe y te dice boca de vuelta, pero no te desobedece. Ya salió de su etapa
oral, gracias al cielo. Puedes dejar de tener que esconder tus audífonos por
peligro de que tu hermano se asfixie con ellos.
No puedes no pensar en Néstor y sentir
pena.
Te atreves a ponerte una polera el sábado
siguiente. Te sientes observado en la micro, y en la calle y luego en la plaza.
Javier te mira raro pero no lo menciona enseguida, prefiriendo hablarte acerca
de cómo no ha logrado entender cómo cresta funciona el rasgueo de su guitarra
que hacía Javiera Parra. Nunca hacía la hueá igual. Se ve extremadamente
molesto por esto y tú no entiendes muy bien por qué, porque te ha comentado en
otras ocasiones sus dificultades musicales pero nunca con tanta pasión. Igual
asientes a todo lo que dice porque no sabes nada de música.
—¿Nunca quisiste tocar nada?
Miras su guitarra. El psiquiatra te
preguntó lo mismo.
—Fui a clases de guitarra cuando tenía
como once.
—¿Por qué dejaste de ir?
—Era muy difícil.
—Obvio que es difícil. ¿Sabes desde cuando
toco esta hueá?
—Eh, ¿los ocho?
—Más chico.
—Chucha. ¿Los cinco?
—Seis, pero casi.
—¿No te ha aburrido alguna vez?
Javier se ríe y rasguea la guitarra con
más fuerza. Silvio Rodríguez. Debes saberte su discografía entera gracias a
Javier.
—Es la única cuestión que no me aburre.
A veces canta, aunque no le salga tan bien
como a Néstor. Hoy lo hace y tú cantas junto a él, bajito, y Sueño con
serpientes le gana unas cuantas monedas más. Es cuando está guardando su
guitarra porque sus callos no aguantan tanto que te mira los brazos con la
misma cara que cuando llegaste.
—¿Se siente bien? —pregunta y tú te sobas
los brazos. Está atardeciendo y deberías irte a tu casa, pero Javier sale tarde
de clases el resto de la semana y se rehúsa a ir a Valparaíso. No preguntas por
qué y él no pregunta de nuevo por qué te intentaste suicidar. Es un pacto
silencioso.
—¿Qué cosa?
—Ya sabes.
Las escaleras en tus brazos. Usar mangas
largas incluso cuando hay cuarenta y cinco grados de calor. Ser así de
patético. Te encoges de hombros aunque sabes la respuesta, porque el tema te
cansa después de haberlo hablado tantas veces con Giselle. Javier lo pregunta
con ligereza y al menos eso es diferente, en vez de la reverencia con la que
Giselle trata sus propias cicatrices.
—Debe sentirse bien si tanta gente lo hace
—dice Javier, pensativo, y tú te encoges de hombros de nuevo. Intentas imaginar
una ola gigante en el mar. Hace tres días que no duermes, o quizás sí. Nunca
recuerdas haberte ido a dormir. Estás cansado por alguna razón que no
entiendes, pero parece cansancio cósmico, como si algún dios allá arriba te
hubiera extirpado toda tu energía de un solo golpe.
Lo intentas reflexionar una vez más.
Piensas en fotos en Internet de brazos y piernas mutilados, todo demasiado
artístico como para parecer real porque de la experiencia viene el conocimiento
de que nada de eso es así de elegante. Es apretar los dientes, tomar aire y
tratar de no pensar en cosas terribles. Es tener escamas en la piel y pedazos
de confort con sangre. Pero de repente te preguntas si acaso solo eres tú el
que lo hace así y a todos los demás les sale el poeta interno mientras están en
eso, cuando lo último que tú piensas en ese instante es en hermosas frases para
la posteridad.
—No se siente bien —murmuras. Javier no
responde, pero tienes la impresión de que entiende.
Tal vez es más que suficiente.
—¿No le pasa de repente que está enojado y
no sabe por qué?
Tu psiquiatra te mira con interés
practicado.
—Algo como que estás enojado pero sientes
que la razón por la que estás enojado te hace mala persona.
—Creo que sí. ¿Estás enojado, Gaspar?
Lo piensas.
—Sí. Creo que lo estoy.
—¿Por qué crees eso?
—Porque estoy teniendo fantasías muy
realistas sobre matar a todos mis amigos.
Ahora la pregunta es qué sacas con
sentirte así. Néstor ya está fuera de su casa y todo es miel y rosas. Quizás
odias su autosuperación, o que siempre creíste que el día que saliera de su
casa sería cuando todo se resolvería, solo para ver que todo es exactamente
igual. O tu inutilidad, tal vez, es lo que te molesta. El saber que a Néstor le
diste igual, que habría salido sin ti o contigo. Daba lo mismo.
Preferirías estar triste. Al menos eso se
resuelve llorando un rato. ¿Cómo solucionas esto?
Tu psiquiatra te dice que lo mejor es
afrontar aquello que nos produce enojo. Tú te ríes porque ni cagando vas a ir y
confrontar a Néstor luego de todo lo que le dijiste, pero tu resolución se
debilita un poco cuando lo piensas bien en la soledad de tu dormitorio.
En el peor de los casos, te manda a la
mierda. En el mejor de los casos, tú lo mandas a la mierda de nuevo. Todos
ganan, al final.
Javier está de acuerdo, probablemente
porque el tema lo aburre. No están en la plaza, por primera vez en un milenio,
y en cambio te pidió pillarlo en un puestito de completos. Te compró uno. No
quieres pensarlo (¿cuántas calorías tiene la mayonesa? Siempre se te olvida)
pero no puedes evitar recordar lo que te dijo Rebecca hace días. No logras nada
con traerlo a colación ahora pero siempre te han dicho que eres curioso como un
mono, Gaspar. Al menos no tienes la cara de uno, crees tú. Eso sí que sería
terrible.
—Le pregunté a Rebecca de ti —confiesas y
es la primera vez en casi un año que ves a Javier lucir sinceramente aterrado.
Es chistoso.
—¿Qué le preguntaste?
—Por qué terminaron.
Se calma pero se le cae la mitad de la
palta al piso. Ambos la miran, como si pudieran hacerla levitar y volver a su
lugar destinado solo con el poder de sus mentes.
—¿Por qué le preguntaste a ella y no a mí?
—dice. Es una pregunta. Odias cuando la gente te hace buenas preguntas.
—Porque quería saber más, y cómo que igual
tardaste harto en decirme que la conocías. Si todos andan hablando de mí a mis
espaldas creo que debo empezar a hacer lo mismo, a manera de protesta.
—¿Y qué te dijo?
—Nada —mientes—. Creo que no quería hablar
del tema.
Javier no dice nada. Parece nervioso pero
de una manera extraña, como si tuviera demasiada energía de repente. Bota el
pan de su completo que le sobra mientras tú todavía tienes la cosa entera en la
mano y te sientes culpable. Él, como si pudiera leer tus pensamientos, te mira
con sorna y a ti te dan ganas de preguntarle qué mierda significa eso de que
terminó con su polola por tu culpa. ¿Qué hiciste? Porque estás bastante seguro
de que a Javier le gustan las mujeres, así que, ¿qué significa eso?
Te da miedo preguntar. Ya hiciste
suficiente mal metiendo las patas en este barrial en primer lugar. Deberías
dejarlo estar.
Te comes la cuestión entera, con todo el
dolor de tu alma.
Son las ocho de la mañana y hace frío y
caminas a tu colegio con la calma del que ya va tarde cuando ves a Néstor
cruzar la calle a dos cuadras de distancia de ti. Trastabillas por dos segundos
y sigues caminando, aunque viene de frente y todo tú exige que cruces la calle
o vuelvas a tu casa, pero no, no. Madura, Gaspar.
Néstor te mira a la vez que tú te
esfuerzas en no verlo. Susurras Mellow, Yellow para ti mismo
junto al ruido de tus audífonos, sin hacer ruido, porque quizás eso impida que
tu cara se deforme por los nervios. Luego recuerdas que Néstor aprendió esa
canción solo por ti y tienes que enfocarte en no olvidar como caminar con
normalidad.
Néstor pasa a tu lado y el momento
desaparece. Aceleras el paso y crees escucharlo decirte algo a través del
incesante sonido de las trompetas, pero debes haberlo imaginado. No debiste
haberte quedado dormido hoy. Sunshine Superman te da náuseas
así que te quitas los audífonos.
Podría haber sido peor.
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