— XVI —
Derrota exitosa
Le cuentas a Javier lo que te dijo Adrián,
solo porque necesitas reflexionarlo en voz alta y hablar solo es raro. No
esperas que diga que Adrián se puede ir a la chucha porque no esperabas que
estuviera en desacuerdo, pero al final piensas que es porque Javier igual es
difícil de entender y de agradar. Ese día no toca la guitarra, pese a tenerla
consigo, y solo se sienta al lado tuyo, bien cerca, y se toma su tiempo para
responderte cuando hablas.
Le preguntas si se siente bien porque
después de un rato te pone nervioso y eso solo lo pone más raro. Te dice que no
te desgastes preocupándote por cosas tontas, si total no es nada importante, y
que mejor le hables de algo interesante. Eso mismo haces.
Giselle te saluda, pero no
te conversa y cada día esto duele un poquito menos. Le hablas de esto al psicólogo, sin entrar en detalles, y él te da un discurso de cómo las amistades juveniles suelen ser breves pese a su intensidad.
te conversa y cada día esto duele un poquito menos. Le hablas de esto al psicólogo, sin entrar en detalles, y él te da un discurso de cómo las amistades juveniles suelen ser breves pese a su intensidad.
—Eso es bien deprimente —dices.
—Si lo quieres ver así. Pero a lo que voy,
Gaspar, es que hiciste todo lo que pudiste. Ahora solo depende de ella.
El status quo se mantiene. Adrián te
conversa y hace como que no te dijo la peor cosa que alguien te ha dicho en
toda tu vida, solo porque lo dijo con cariño. Ni te puedes enojar porque, pues
sí, lo hizo amorosamente. No sabes todavía qué hacer con esa información así
que la dejas guardada en este cajoncito de "cosas en las que pensar en las
noches de insomnio". Y la vida sigue, así sin más, con las canciones de
Javier en la plaza y las miradas de Rebecca y las de Giselle y tu intento
desesperado por fingir que Emilia no existe.
El verano termina y, así de rápido, la
calma que se había apoderado de tu vida desaparece apenas Néstor sale de su
casa un día perdido de otoño y tú solo te enteras por Adrián, que se enteró por
Trinidad, que se enteró por Giselle, que se enteró por—no sabes, pero no
importa.
No dices nada cuando te cuentan porque
temes que cualquier cosa que salga de tu boca esté agria de envidia. No dices
nada porque deberías estar feliz pero solo quieres sacarle la cresta a tu
ex-mejor amigo.
No le vas a echar la culpa a Néstor de
esto porque no lo es. Fue solo una coincidencia desgraciada que tus ánimos ya
andaban en una de esas bajadas que van y vienen y se sumó a eso, que no es un
hecho infeliz pero que igual te hace sentir extraño. Mal. Inadecuado para la
vida que llevas.
Y todos están tan alegres. Todos salen con
Néstor a pasear, desde Emilia pasando por Trinidad hasta Raquel, y él siempre
les pregunta por ti y cómo se atreve a preguntar por ti, después de toda la
mierda que te hizo pasar. Lo peor es que todavía quieres verlo, para revisar si
acaso la persona que te gustaba ha vuelto de las tinieblas, pero te da miedo
que sí esté y que vuelvas a la paralización existencial que sentías hace tantos
meses atrás. Ya nada es tan terrible como esos días y Néstor es símbolo de un
periodo de tu corta existencia que quieres olvidar.
También te da miedo que no esté, que ya no
exista y que hayas gastado estos años enamorado de un fantasma cuando bien
podrías haber intentado algo con alguien que sí te quisiera y existiera y fuera
un aporte a la sociedad. Como Adrián, cuyos saludos todavía te turban la
psiquis.
¿Qué habrá hecho que Néstor saliera de su
casa?
—Quizás se dio cuenta de que estaba siendo
hueón —dice Javier con algo que suena más que una simple adivinanza. Te quedas
callado y lo escuchas jugar con la guitarra—. Pero creo —agrega después de un
rato— que en realidad tu pregunta es por qué lo hizo ahora y no cuando tú se lo
pediste.
Parpadeas rápido. Javier siempre sabe qué
decir para moverte el alma, de todas las formas en las que Néstor jamás supo
decirte algo significativo.
—Pero la cuestión es, Gaspar —continúa—,
es que a veces uno se preocupa por la gente más que lo que esa gente se
preocupa por uno, y no hay nada que uno pueda hacer.
Esto no es devastador. Devastador fue
cuando te diste cuenta de que Néstor no iba a volver a clases, devastador fue
darte cuenta de que te gustaban los hombres, devastador es oír a tu papá hablar
pestes de todas las leyes sobre el matrimonio homosexual y cosas por el estilo,
devastador es cuando recuerdas que Giselle sigue sin hablarte como antes. Te
acostumbraste a todo eso, al final, aunque a veces duela. Esto no es nada.
Esto no es devastador, te repites. No lo
es.
Sentarte en clases es siempre una
experiencia casi renovadora espiritualmente. Nunca es igual, por más que
siempre estés en el mismo asiento. Tus compañeros se gritan entre ellos y se
tiran cosas y las niñas susurran y ríen creyendo que son invisibles, y tú
escribes letras de canciones y dibujas con manos torpes. Tienes una hoja llena
de ejercicios de gramática ya resueltos y todavía te quedan diez minutos hasta
que la clase siga.
Tienes los audífonos escondidos bajo la
capucha del polerón y no es como que la música vaya con lo que estás viendo,
pero no quieres cambiarla. Es uno de esos días en los que despertaste
sintiéndote asqueroso, te bañaste y solo acabaste sintiendo como que habías
cubierto tu sudor con agua estancada. No tienes ganas de hablar con nadie.
Giselle se sienta al otro lado de la sala,
con Rebecca, y murmura y cuenta con sus dedos, pero no se hablan entre sí.
Adrián está al fondo. Emilia está al frente, callada, sola. El aire está
extraño. Tienes la sensación de que estás esperando un desastre, pero quizás en
realidad la catástrofe ya ocurrió dentro tuyo.
Piensas en ese día. Piensas en todos los
días. Piensas en cómo eres asqueroso, difícil de querer y de cómo te has
inventado todos estos problemas en tu cabeza porque no puedes detenerte y cómo
gastas plata de tus papás con tus pequeños problemitas y cómo eres mediocre en
todo lo que haces y cómo no te explicas por qué alguien querría desperdiciar su
tiempo contigo en una plaza.
(Néstor no te necesita como tú lo necesitas
a él, y si ni siquiera tu mejor amigo traumatizado y enloquecido te quiere en
su vida, ¿qué dice eso de ti?)
—Supéralo —te dice Javier—. Okay, tu pene
favorito sanó su locura sin tu ayuda. ¿Y? Ser su enfermera personal no iba a
hacer que te quiera dar.
—Nadie me quiere dar.
—¿Y el tal Adrián?
—Dijiste que se podía ir a la chucha.
—No soy tu papá para decirte a quien
chuparle el pico. Fue una opinión personal.
—Ni tú lo harías.
No sabes por qué dijiste eso. Tienes esta
mala costumbre de que mientras más maníaco estás, menos filtro tienes. Javier
toca la guitarra más lentamente y te mira raro, entre disgustado y estupefacto,
y una vergüenza ligera se apodera de ti. Eso no se le dice a la gente, Gaspar,
mucho menos a tus amigos. Es dejarlo entre la espada y la pared, entre mentir y
herir tus sentimientos.
—Onda —empieza Javier, todavía mirándote
con la misma expresión—, quizás después de tres botellas de ron. Pero no es
parte de mi política de vida tener sexo con mis amigos.
Así que son amigos, oficiales. Eso hace
que todo este lío sea menos terrible, porque al menos ahora tienes confirmación
de que tienes más amigos que tu amigo que solía tener ventaja.
Javier, como es su estilo usual, no dice
más al respecto, aunque parece pensativo. Te hace sentir culpable y casi le
pides disculpas por hacerlo sentir incómodo, pero eso sería solo meter los
dedos en la llaga así que no dices nada.
—Oye —dices, en cambio, y él apenas hace
un ruidito para indicarte que te está escuchando—, ¿qué era eso de que andabas
"indispuesto"? ¿Después de que fuimos al campo?
—Me resfrié.
—Pudiste haberme dicho eso.
—Tú podrías decirme qué pasa con tu vida
en general. Estamos a mano.
—Yo te cuento más cosas que tú a mí.
—No te pongas como mina para tus hueás.
Luego te vas a quejar de que ya no te toco.
Te ríes, pese a que te gustaría saber más
sobre la vida de Javier. Quiénes son sus amigos, por ejemplo, porque los debe
haber. Si está yendo a la universidad o no, aunque presientes que sí porque
sigue yendo con mochila a todas partes aparte de la guitarra y, hablando de
esta, cuándo la aprendió a tocar y por qué. ¿Estará estudiando música? También
te gustaría saber cómo es que conoció a Rebecca y por qué terminaron y todo lo
relacionado con eso. Cómo es que sabe tanto de la gente a tu alrededor.
—Deja de mirarme.
—Estaba admirando tu belleza.
—Invítame una chela, al menos.
Quizás lo hace más fácil esto de no saber.
—¿Puedo hablar contigo? —le preguntas a
Rebecca. Te dice que sí porque está sola y tal vez eso provoca cierta
comprensión rápida entre ustedes dos, aparte de lo ocurrido el año pasado. Se
cortó el pelo hace poco así que ahora parece bibliotecaria en vez de bailarina
de la tele.
—¿De qué?
—Sobre Néstor. Y Javier.
Te desvía la mirada por un milisegundo.
—Dale.
—¿Fuiste tú o la Emilia quien convenció a
Néstor de que saliera de su casa? —preguntas porque eres masoquista. Rebecca
parece contrariada por tu duda.
—¿C, ninguna?
—¿Entonces quién?
Se ríe débilmente, más confundida que
entretenida. No sabes por qué te pones nervioso.
—Huh, ¿tú?
—No hables hueás.
—No puedo leerle la mente a Néstor, pero
creo que la cosa va por ahí. Tu problema si no me crees. ¿Qué más quieres
saber?
Frunces el ceño. Sabías que no ibas a
llegar muy lejos con las respuestas de Rebecca para saciar tu curiosidad, pero
esto es absurdamente poco útil. Igual disparas de nuevo.
—¿Por qué terminaste con Javier?
—¿Por qué te interesa saber?
—Curiosidad.
—Copuchento, más bien. —Te encoges de
hombros.
—Ni sabía que se conocían.
Tal vez no debiste decir eso porque
Rebecca se muerde los labios por un segundo, pero es la verdad. Javier debía
saber que la conocías y aun así nunca te habló de ella, excepto cuando su
existencia tenía que ver directamente contigo. Si eso no hubiera sucedido,
jamás se te habría ocurrido pensar que siquiera se conocían.
—Nos peleábamos mucho.
Te cuesta imaginar a Javier dándose el
tiempo para pelear con alguien.
—¿Por qué?
—Porque nos empezamos a aburrir
mutuamente, supongo.
—¿Supones? ¿No fuiste tú quien lo pateó?
Rebecca se ve como que quiere escapar de
la conversación, abruptamente, y del mismo modo a ti se te ilumina la
ampolleta.
—¿Fue por Néstor?
—No —responde con brío, acomodándose el
pelo—. Creo que fue más por ti.
—¿Disculpa?
—¿Eso es todo lo que me querías preguntar?
—dice con la misma brusquedad así que tú asientes, ligeramente amedrentado, y
ella se va después de asentir con la cabeza en señal de despedida. Tú te
sientas a leer en donde ella estaba antes.
Odias tu vida.
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