"La salida" - de Nessa Rodríguez

Luego de diez años, he tenido que volver a la casa de mis padres, no precisamente para visitarlos, ya que acababan de fallecer, motivo por el cual tuve que volver a este estúpido pueblo, un lugar al que no tenía intenciones de regresar. Perdí todo contacto con ellos el día que me fui a la cuidad; no les tenía rencor, no se los tengo ahora, sin embargo, no quería que me siguieran viendo como si fuese una especie de fenómeno; jamás creyeron en mí y no los culpo, pero era su hija, al menos, debieron intentar comprenderme. Pero no lo intentaron, solo me enviaron a un instituto mental, en donde pagaron fortuna para que me mantuvieran drogada todo el tiempo y así evitar que tuviera “sueños”.
Nunca fueron sueños.

De todas maneras eso ya no importa, todo se acabó en cuanto
partí de allí.
Al término del funeral, una mujer de mi misma edad se me acercó. Recién cuando la miré a los ojos, pude darme cuenta de que se trataba de una amiga de la infancia, una persona más de las que perdí contacto.
—¿Podemos hablar? —me preguntó con marcada preocupación.
—Seguro.
Sin decir mucho nos fuimos a un bar cercano, ella pidió dos cervezas galesas para después dejar un pesado suspiro antes de comenzar a hablar.
—¿Sabes cómo fallecieron tus padres?
Levanté una ceja extrañada por su pregunta, es decir, todo el mundo sabe cómo murieron.
—Se rompió una tubería de gas en la cocina, ambos estaban allí y murieron quemados.
—Eso fue lo que todos asumieron —La observé tratando de descifrar hacia dónde iba—. ¿No te parece extraño que solo se haya quemado la cocina? Por si no lo has notado, todos los demás cuartos de la casa están intactos.
—No he ido a la casa, me estoy quedando en el motel. De todas maneras, ¿cómo sabes eso?
—Soy parte del cuerpo de bomberos del pueblo —Mueve su cabeza en forma negativa—. Algo extraño sucedió y nadie lo quiere reconocer.
—¿Estás diciendo que mis padres fueron asesinados? —Su respuesta fue el silencio—. ¿Quién podría quererlos muertos? Ellos son muy queridos por todos en este pueblo.
—Muy queridos por todos, menos por ti, ¿verdad?
—¿Acaso me estás acusando de matar a mis padres?
Esta conversación ya había perdido el norte.
—No. Solo marcaba un hecho.
Dejé a un lado mi cerveza y me levanté de la butaca, al tiempo que dejaba el dinero sobre la barra.
—Mis padres ya están muertos y si todo el mundo dice que fue un accidente, es porque así fue.
—No todo el mundo.
—Adiós, Julia.
—Sabrina —Me detengo antes de cruzar la puerta—. Solo ve a ver la casa.
De regreso al motel no dejaba de darle vueltas a lo que me había dicho Julia. ¿Quién querría matar a mis padres? Eran los que iban a misa todos los domingos, los que colaboraban con la iglesia y cada necesidad del pueblo; no tenía sentido. Sin poder estar en paz con mi mente, tomé mis cosas y me dirigí a la casa de mis padres, debía aclarar esas dudas implantadas.
Julia tenía razón, el fuego se contuvo en la cocina. Debía admitir que era extraño, pero estaba cansada para darle vueltas, por lo que fui a mi vieja habitación que dicho sea de paso «estaba igual a la última vez que estuve aquí» y me desplomé en mi vieja cama quedándome dormida en segundos.
—¡¡Sabrina!!
Me incorporé de golpe mirando alrededor de la habitación.
Todo estaba oscuro, apenas un haz de luz entraba por mi ventana haciendo que pudiera ver si había alguien o no. No había nadie, por lo que me volví a acostar, pero el rechinido de la puerta del closet me obligó a sentarme de nuevo. Me quedé mirando con fijeza, esperando.
Nada.
Cuando estaba a punto de volver a acostarme, mi nombre se volvió a escuchar en un grito y mis sábanas volaron de mi cama. Quise prender la luz de mi mesita de noche, pero chispeó y la bombilla estalló.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¡Muéstrate, maldita sea! —grité.
—Sabes quién soy.
La voz era gélida y parecía estar dentro de mi cabeza.
Entonces recordé.
—Vete.
No podía estar pasándome lo mismo que hace diez años, ya no era una niña, y no tenía esa imaginación.
—¿Por qué te fuiste? —Lloró la voz—. Ellos tuvieron que pagar por tu ausencia.
—¿Mataste a mis padres? —pregunté con asombro y con algo de culpa.
—¡¿Por qué te fuiste?! —volvió a gritar tirando todos los objetos de la habitación al aire, logrando que algunos me golpearan el rostro lastimándolo.
Lo más rápido que pude, corrí fuera de mí cuarto, lista para irme de esa jodida casa, pero no logré salir.
Las puertas jamás se abrieron.
Me quedé recostada sobre aquella puerta toda la noche y cada consecuente noche; la mujer movía muebles, objetos y los lanzaba cuando yo no le respondía o me quedaba dormida. En una oportunidad me acarició la mejilla, pero en otra, cortó mi estómago con un cuchillo, marcándolo con un extraño signo. Con lo poco que tenía curé aquella herida, pero claramente necesitaba atención médica. Había tratado de buscar una salida, había luchado cada día y noche para poder escapar de esa casa, pero nada daba resultado, estaba atrapada. Estaba muerta en vida; no sabía qué día era, mi estómago estaba vacío, estaba sucia y no había dormido desde que había pisado la casa; estaba cansada, ya no podía resistir más.
Una noche la escuché cantar:
“Puedes luchar, gritar, tratar de buscar una salida, pero jamás escaparás; cada sufrimiento, cada recuerdo, es una prisión que encapsula tu mente con rencor y dolor, un recordatorio constante de tu pasado malogrado, un recordatorio de aquellas malas decisiones, y por más que empujes y sientas que estás a punto de romper esa elástica y gelatinosa sustancia que te somete, termina siendo solo una ilusión… jamás encontrarás la salida”.
Entonces, toqué el costado de mi estómago lastimado, y observé un cuchillo que había a pocos metros de mí, una de las tantas cosas que había lanzado esa mujer, y busqué una salida. Con lo poco de energía que me quedaba, me arrastré hasta él, lo tomé y sonreí al ver el desconcierto de aquel monstruo.
—¿Qué haces? —preguntó con evidente terror.
—Encontré una salida.
Antes de que ella pudiera detenerme, me clavé el cuchillo en la garganta.
Ahora veía lo mismo que ella.





3 comentarios:

  1. Pobre Sabrina. Enfrentarse a los poderes de la oscuridad le costó la vida. Un cuento de locura y terror que no deja indiferente.Me ha gustado mucho. Me recuerda a mi profesor del taller de cuentos de terror que decía: El terror debe causar horror. Y tu trabajo lo logra Nessa.

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