Luego de diez años, he tenido que volver a la casa de mis padres, no
precisamente para visitarlos, ya que acababan de fallecer, motivo por el cual
tuve que volver a este estúpido pueblo, un lugar al que no tenía intenciones de
regresar. Perdí todo contacto con ellos el día que me fui a la cuidad; no les
tenía rencor, no se los tengo ahora, sin embargo, no quería que me siguieran
viendo como si fuese una especie de fenómeno; jamás creyeron en mí y no los
culpo, pero era su hija, al menos, debieron intentar comprenderme. Pero no lo
intentaron, solo me enviaron a un instituto mental, en donde pagaron fortuna
para que me mantuvieran drogada todo el tiempo y así evitar que tuviera
“sueños”.
Nunca fueron sueños.
Al término del funeral, una mujer de mi misma edad se me acercó. Recién
cuando la miré a los ojos, pude darme cuenta de que se trataba de una amiga de
la infancia, una persona más de las que perdí contacto.
—¿Podemos hablar? —me preguntó con marcada preocupación.
—Seguro.
Sin decir mucho nos fuimos a un bar cercano, ella pidió dos cervezas
galesas para después dejar un pesado suspiro antes de comenzar a hablar.
—¿Sabes cómo fallecieron tus padres?
Levanté una ceja extrañada por su pregunta, es decir, todo el mundo
sabe cómo murieron.
—Se rompió una tubería de gas en la cocina, ambos estaban allí y
murieron quemados.
—Eso fue lo que todos asumieron —La observé tratando de descifrar hacia
dónde iba—. ¿No te parece extraño que solo se haya quemado la cocina? Por si no
lo has notado, todos los demás cuartos de la casa están intactos.
—No he ido a la casa, me estoy quedando en el motel. De todas maneras,
¿cómo sabes eso?
—Soy parte del cuerpo de bomberos del pueblo —Mueve su cabeza en forma
negativa—. Algo extraño sucedió y nadie lo quiere reconocer.
—¿Estás diciendo que mis padres fueron asesinados? —Su respuesta fue el
silencio—. ¿Quién podría quererlos muertos? Ellos son muy queridos por todos en
este pueblo.
—Muy queridos por todos, menos por ti, ¿verdad?
—¿Acaso me estás acusando de matar a mis padres?
Esta conversación ya había perdido el norte.
—No. Solo marcaba un hecho.
Dejé a un lado mi cerveza y me levanté de la butaca, al tiempo que
dejaba el dinero sobre la barra.
—Mis padres ya están muertos y si todo el mundo dice que fue un
accidente, es porque así fue.
—No todo el mundo.
—Adiós, Julia.
—Sabrina —Me detengo antes de cruzar la puerta—. Solo ve a ver la casa.
De regreso al motel no dejaba de darle vueltas a lo que me había dicho
Julia. ¿Quién querría matar a mis padres? Eran los que iban a misa todos los
domingos, los que colaboraban con la iglesia y cada necesidad del pueblo; no
tenía sentido. Sin poder estar en paz con mi mente, tomé mis cosas y me dirigí
a la casa de mis padres, debía aclarar esas dudas implantadas.
Julia tenía razón, el fuego se contuvo en la cocina. Debía admitir que
era extraño, pero estaba cansada para darle vueltas, por lo que fui a mi vieja
habitación que dicho sea de paso «estaba igual a la última vez que estuve aquí»
y me desplomé en mi vieja cama quedándome dormida en segundos.
—¡¡Sabrina!!
Me incorporé de golpe mirando alrededor de la habitación.
Todo estaba oscuro, apenas un haz de luz entraba por mi ventana
haciendo que pudiera ver si había alguien o no. No había nadie, por lo que me
volví a acostar, pero el rechinido de la puerta del closet me obligó a sentarme
de nuevo. Me quedé mirando con fijeza, esperando.
Nada.
Cuando estaba a punto de volver a acostarme, mi nombre se volvió a
escuchar en un grito y mis sábanas volaron de mi cama. Quise prender la luz de
mi mesita de noche, pero chispeó y la bombilla estalló.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¡Muéstrate, maldita sea! —grité.
—Sabes quién soy.
La voz era gélida y parecía estar dentro de mi cabeza.
Entonces recordé.
—Vete.
No podía estar pasándome lo mismo que hace diez años, ya no era una
niña, y no tenía esa imaginación.
—¿Por qué te fuiste? —Lloró la voz—. Ellos tuvieron que pagar por tu
ausencia.
—¿Mataste a mis padres? —pregunté con asombro y con algo de culpa.
—¡¿Por qué te fuiste?! —volvió a gritar tirando todos los objetos de la
habitación al aire, logrando que algunos me golpearan el rostro lastimándolo.
Lo más rápido que pude, corrí fuera de mí cuarto, lista para irme de
esa jodida casa, pero no logré salir.
Las puertas jamás se abrieron.
Me quedé recostada sobre aquella puerta toda la noche y cada
consecuente noche; la mujer movía muebles, objetos y los lanzaba cuando yo no
le respondía o me quedaba dormida. En una oportunidad me acarició la mejilla,
pero en otra, cortó mi estómago con un cuchillo, marcándolo con un extraño
signo. Con lo poco que tenía curé aquella herida, pero claramente necesitaba
atención médica. Había tratado de buscar una salida, había luchado cada día y
noche para poder escapar de esa casa, pero nada daba resultado, estaba
atrapada. Estaba muerta en vida; no sabía qué día era, mi estómago estaba
vacío, estaba sucia y no había dormido desde que había pisado la casa; estaba
cansada, ya no podía resistir más.
Una noche la escuché cantar:
“Puedes luchar, gritar, tratar de buscar una salida, pero jamás
escaparás; cada sufrimiento, cada recuerdo, es una prisión que encapsula tu
mente con rencor y dolor, un recordatorio constante de tu pasado malogrado, un
recordatorio de aquellas malas decisiones, y por más que empujes y sientas que
estás a punto de romper esa elástica y gelatinosa sustancia que te somete,
termina siendo solo una ilusión… jamás encontrarás la salida”.
Entonces, toqué el costado de mi estómago lastimado, y observé un
cuchillo que había a pocos metros de mí, una de las tantas cosas que había
lanzado esa mujer, y busqué una salida. Con lo poco de energía que me quedaba,
me arrastré hasta él, lo tomé y sonreí al ver el desconcierto de aquel
monstruo.
—¿Qué haces? —preguntó con evidente terror.
—Encontré una salida.
Antes de que ella pudiera detenerme, me clavé el cuchillo en la
garganta.
¡Muy bueno!
ResponderEliminar¡Muy bueno!
ResponderEliminarPobre Sabrina. Enfrentarse a los poderes de la oscuridad le costó la vida. Un cuento de locura y terror que no deja indiferente.Me ha gustado mucho. Me recuerda a mi profesor del taller de cuentos de terror que decía: El terror debe causar horror. Y tu trabajo lo logra Nessa.
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