Capítulo 3
Una semana después viajaba a Londres en compañía de su
suegra, su prometido y su cuñado Halim. Las mujeres salieron del palacio con su
niqab puesto, como era lo
reglamentario. Al llegar al aeropuerto, la limusina las dejó directamente en la
puerta del avión donde abordaron inmediatamente, sin trámites burocráticos. Un
empleado del jeque se había ocupado del papeleo con anterioridad. Aunque
acostumbrada al lujo, Zahira se sorprendió de lo grande que era el avión y de
la opulencia con que estaba decorado. Fue conducida por una azafata hasta un
saloncito privado donde se sentó en uno de los cómodos sillones blancos.
Su suegra, con la ayuda de su kadhima, se quitó el niqab. Zahira la imitó ya que
estarían solas con sus doncellas y las azafatas, ningún hombre que no fuese de la familia ingresaría a esa zona de la aeronave. Mientras esperaban les sirvieron un jellab[1], su suegra tomó un sorbo de su vaso, luego rebuscó en su cartera y sacó un iPhone para enviar un mensaje. Zahira tomó su bebida lentamente, tenía un móvil nuevo que le había entregado su suegra igual al de ella, pero de color rosa. Los únicos números que había en sus contactos habían sido el de su padre y el de Noor. Después, su suegra se ocupó de que agregara los demás números de la familia. Zahira la obedeció porque le caía bien la señora, pero no le interesaba tener el teléfono de su prometido ni de ninguno de sus cuñados. No tenía a nadie con quien hablar, a quien decirle lo que sentía; nadie que la ayudara a deshacer el nudo que todo el tiempo sentía en su garganta y que no la dejaba respirar profundamente.
estarían solas con sus doncellas y las azafatas, ningún hombre que no fuese de la familia ingresaría a esa zona de la aeronave. Mientras esperaban les sirvieron un jellab[1], su suegra tomó un sorbo de su vaso, luego rebuscó en su cartera y sacó un iPhone para enviar un mensaje. Zahira tomó su bebida lentamente, tenía un móvil nuevo que le había entregado su suegra igual al de ella, pero de color rosa. Los únicos números que había en sus contactos habían sido el de su padre y el de Noor. Después, su suegra se ocupó de que agregara los demás números de la familia. Zahira la obedeció porque le caía bien la señora, pero no le interesaba tener el teléfono de su prometido ni de ninguno de sus cuñados. No tenía a nadie con quien hablar, a quien decirle lo que sentía; nadie que la ayudara a deshacer el nudo que todo el tiempo sentía en su garganta y que no la dejaba respirar profundamente.
Resistió la tentación de escribirle a su padre. Se debatía
entre las ganas de hablar con su hermano y la rabia de saberse ignorada, pero
su orgullo ganó la batalla. Se recordó que ya lo había hecho en varias
oportunidades para pedirle que la dejara hablar con Ebrahim, para despedirse y
explicarle su partida, y sus mensajes habían sido ignorados. Lo que más dolía
era que su pequeño hermano pensaría que lo había abandonado, ella era la
persona más cercana a él y desaparecer de su vida sin darle explicaciones la
tenía muy intranquila. Recordó todas las llamadas que hizo a la casa, esperando
que fuera su aya quien contestara el teléfono, para pedirle que le explicara a
Ebrahim la situación, pero en cada oportunidad, el aparato fue contestado por
Anisa.
Galal y Halim, uno de sus cuñados, entraron al saloncito.
Galal se sentó a su lado y Halim al lado de Noor, su prometido le dirigió una
mirada amable y su cuñado un cortés movimiento de la cabeza
―¿Estás nerviosa? ―preguntó Galal.
―En absoluto ―respondió sin mirarlo.
Para evitar una conversación, sacó su móvil y empezó un
juego que había descubierto hacía poco.
―Pronto vamos a despegar, debes ponerlo en modo avión para
no interferir en las comunicaciones. ¿Sabes cómo hacerlo?
―No. ―Fue su respuesta mientras cerraba el juego y le
pasaba el móvil con fastidio.
―No ―dijo Galal, con lo que logró que lo mirara―, debes
aprender a hacerlo tú misma para las próximas oportunidades en las que yo no
esté contigo. Mira, es muy fácil. ―Galal tomó el móvil al tiempo que acercó su
cabeza a la de ella para explicarle.
Su cercanía la puso nerviosa por lo que respiró profundo en
un vano intento de calmarse, el olor de su prometido inundó sus fosas nasales
sorprendiéndola por lo que la hizo sentir. «¡Qué bien huele!», pensó
desconcertada. Avergonzada, se alejó un poco para tratar de recobrar la
compostura. Desde que era una niña pequeña no había estado cerca de un hombre
joven. En silencio, escuchó su explicación y procedió a seguir sus
instrucciones hasta que Galal vio que lo había hecho correctamente. En el
momento en que su futuro esposo le devolvió el móvil, sus dedos rozaron con los
suyos provocando que su estómago se agitara; turbada, tomó el aparato y
continuó jugando para esconder sus emociones.
Galal la miró jugar un rato, sus mejillas se habían
sonrojado mientras él le daba la explicación. La piel de su cara y manos, que
era lo único visible, había mejorado bastante desde que había llegado, lo que
lo hizo suponer algún tipo de alergia. Al llegar le pediría a Kazim que la
examinase para estar seguro. Era una niña bonita, sus ojos eran preciosos;
pensó que cuando creciera, sería hermosa.
En un principio le había molestado que de nuevo le hubiesen
escogido una esposa, por eso trató de luchar contra un nuevo compromiso y
molestar a su hermano poniendo una y mil objeciones a la novia y a su familia.
Pero ahora que su rabia había pasado entendía los motivos de Azim y estaba de
acuerdo. De todos modos, debía contraer matrimonio en algún punto de su vida, y
si con este compromiso lograba cambiar el destino de la hermana de Jameela, lo
aceptaba de buen grado. Si le buscaba el lado positivo al asunto tenía mucho
tiempo antes de casarse con esta jovencita, porque para eso ella debía crecer y
madurar.
Halim Al-Husayni miraba a su joven cuñada con el ceño
fruncido, se lamentaba de la suerte de su hermano menor, él había pasado por
una boda impuesta y no se lo deseaba a nadie. Su esposa lo odiaba y él, aunque
la deseó mucho, nunca la amó. Su padre se empeñó en casarlo muy joven para
sellar un acuerdo importante con el ministro de finanzas del país del que,
Sara, su esposa, era su sobrina. Estuvo casado dos años hasta que su padre
murió y pudo pedirle a Kazim que le permitiera divorciarse, que lo dejara
disfrutar de la libertad que ellos tuvieron, de eso hacía tres años y hasta la
fecha no pensaba repetir el error.
Se había enamorado en la universidad de una chica y quiso
romper su compromiso con Sara para casarse con ella, pero su padre se negó
rotundamente, le dijo que no le dejaría abandonar a su prometida por una mujer
extranjera sin moral. Cuando Halim se enfrentó al jeque este amenazó con
desheredarlo. Al final, su padre había tenido razón en desconfiar, Marta lo
había abandonado cuando supo que el jeque le retiraría su apoyo económico,
además, la chica había aceptado dinero con la condición de desaparecer de su
vida.
Halim nunca perdonó a su padre la manera en que lo trató y
su forma de hacerle ver las cosas. Poco tiempo después, con el corazón
destrozado y la lección aprendida, volvió a casa para su boda con Sara. Las
mujeres solo servían para la cama y para parir a los hijos, su esposa había
resultado ser estéril y como él había decidido no volver a casarse no tendría
hijos, por lo que las limitaba a la cama.
Un par de horas después sirvieron el almuerzo. Zahira comió
sin apetito, desde que su padre la dejó en casa del jeque casi no había probado
bocado, la ansiedad le impedía disfrutar de las deliciosas comidas que le
fueron servidas. El nerviosismo le cerró el estómago y empujó su plato sin
tocar, ya que no le pasaba ningún bocado.
―¿No tienes hambre, Zahira? ―preguntó su suegra
amablemente―. Casi no has comido desde que llegaste a nuestra casa.
―No quiero comer más, señora Noor, además, estoy gorda y
debo rebajar.
―Tonterías, niña. Estás un poco llenita, pero eso se solventará
con el desarrollo, ¿no es cierto, Galal? ―preguntó Noor a su hijo intentando
que ellos conversaran un poco.
―Es cierto, Zahira, si quieres perder peso es preferible
hacer ejercicio que pasar hambre.
―Está bien ―contestó ella con indiferencia, volviendo su
atención al juego. Galal hizo un gesto de duda a su madre y volvió su atención
a su libro.
Poco antes de aterrizar, la kadhima entró en la salita del avión con dos abayas[2] y dos hiyab[3].
Zahira la miró con curiosidad y Noor, al ver donde se dirigía su mirada, le
comentó que en Londres no usarían los nicaq
y le explicó las causas. Zahira se encogió mentalmente de hombros y pensó en lo
que insistía su padre en tenerla cubierta, siempre le decía que mientras menos
mostrara de sí misma más rápido encontraría marido, que una mujer decente nunca
iría con el rostro descubierto. Se imaginó que como ya estaba comprometida para
casarse, eso no importaba. En fin, si su suegra, que era una mujer muy
honorable y distinguida, podía ir mostrando la cara, debía estar bien.
Últimamente su padre había perdido bastante credibilidad.
Su primera impresión de Inglaterra fue de frialdad, el sol
estaba oculto por una espesa nube gris que presagiaba lluvia. Se arrebujó en su
abrigo nuevo tratando de entrar en calor, mientras el oficial de inmigración
miraba su pasaporte. Se sintió incómoda cuando este posó la mirada en su rostro
y, orgullosa, levantó la barbilla, si pensaba que podía intimidarla estaba muy
equivocado. Galal sonrió al mirar a su prometida, pensó que sería una chica más
dulce, pero le gustaba su brío y que no se dejara intimidar. Jameela y Nahla
habían sufrido mucho por culpa de su padre y le alegraba saber que Abraham
Sfeir no lograría hacer infeliz a esta niña también.
Se sentía bien saber que él había contribuido, aunque fuera
de forma pasiva, a cambiar el destino de Zahira. Una vez que pasaron
inmigración fueron a recoger el equipaje y las guiaron hacia las puertas de
salida.
Nahla y Jameela esperaban impacientes la salida de los
Al-Husayni. Nahla estaba acompañada de sus hijos, Billy, de tres años, y Sara,
de uno, con sus correspondientes niñeras, Jade estaba en la universidad y Jake
en el trabajo. Jameela estaba acompañada de su esposo Kazim, y de sus hijos,
Kahil y Kazeem, ambos de ocho años, Mouna, de seis y Salma, de cuatro. El resto
de la tribu Al-Husayni estaba en los internados y en la universidad, llegarían
el fin de semana para conocer a la prometida de Galal.
Cuando salieron hubo una profusión de saludos. Los ojos de
Jameela se llenaron de lágrimas y pensó que estaba muy feliz de ver de nuevo a
su hermanita, creía que nunca podría ser parte de su vida. Pero ahora, gracias
a Azim y a Galal, la tendría consigo. Tratando de mantener sus emociones bajo
control se acercó y la abrazó. Zahira mantuvo los brazos a los lados sin
devolver el saludo, esta era la mujer que la había ignorado tres años atrás, la
que se creía con derechos a decidir sobre su vida. Jameela se sorprendió un
poco de la frialdad de Zahira y dejó de abrazarla para mirarla a los ojos
buscando un indicio de su rechazo. ¿Habrían llegado tarde y su padre ya la
había hecho sufrir?, ¿la habría predispuesto contra ellas? Eran tantas las
dudas que tenía en su mente y tantas las preguntas que no se atrevía a
formular… pero sentía que con ella debía ir con pies de plomo, porque no quería
equivocarse y alejarla más.
―Bienvenida, Zahira, quisiera presentarte a tu otra
hermana, Nahla Steel Sfeir.
[1]Bebida árabe
clásica elaborada con melaza de uva y agua de rosas que puede servirse con piñones
y pasas
[2]Túnica
larga hasta los pies que se usa sobre la vestimenta en los países árabes y del
norte de África.
[3]Velo
que cubre la cabeza y el pecho que suelen usar las mujeres musulmanas desde la
edad de la pubertad, en presencia de varones adultos que no sean de su familia
inmediata como forma de atuendo modesto.
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