—VI—
Un descanso
Hay tres cosas que todo el mundo debería
conocer de ti antes de querer ser tu amigo. La primera es que nunca sientes las
cosas que dices, ni te gustan las cosas de las que te ríes ni quieres las cosas
que proteges. La segunda es que eres estupendo en el negocio de dejar a las
personas ir excepto cuando te enamoras de ellas. La tercera es que eres más
como un cigarro que una persona: le gustas a algunos y otros te detestan, pero
la verdad es que al final a todos envenenas por igual.
Giselle te pide que dejes de ser
dramático, pero eso es porque no sabe por qué estás siendo particularmente
deprimente al punto que ni tú te puedes tomar en serio. No le puedes decir así
que en cambio estás tirado en su cama, sintiéndote raro y solitario de una
manera superficial. Ir donde Adrián te daba algo que hacer cuando todo lo demás
se veía forzoso y aburrido. ¿Qué haces ahora?
Te sientes mejor, por alguna razón. No te
sientes podrido por dentro, pero tampoco te sientes sano, aunque es un avance.
—¿Has hablado con la Trini? —preguntas.
Giselle se está alisando el pelo y todo huele a plástico quemado.
—¿Por qué debería hablar con ella?
—Como que es tu mejor amiga.
—¿Y tú has hablado con Néstor?
La respuesta corta es que no. La respuesta
más larga es que desde la última vez que viste estás aterrado de lo que verás
si apareces de nuevo en su casa, de lo que Néstor te dirá esta vez. No puedes
forzarte a ti mismo a ponerte en el área de una persona más enferma que tú y
esperar salir con tu mente intacta.
Otro día, te dices. Pronto.
Javier te lee pasajes de libros de
filosofía y, sin decirlo con palabras, te trata como estúpido cuando cuestionas
lo que dicen sus adorados genios. Qué sabrás tú, dice él cuando es
incapaz de contraargumentarte sin citar a alguien más, cuando le repites lo que
te dijo cuando habló de su compañero de curso.
Te gustaría saber qué hay en su mente, no
lo que le gustaría que hubiera, pero eres incapaz de expresar este capricho así
que te contentas con oírlo hablar de la esencia del ser o algo así. No te
importa mucho y es algo con lo que rellenar tus días ahora que no tienes la
cama de alguien más para sentirte como un gusano.
—¿Dejaste a tu compañero? —te pregunta
entre libros.
—Sí.
Te mira raro, con curiosidad empalagante.
Te hace sentir sucio.
—Lástima —dice y te mira expectante,
esperando que te molestes y respondas algo furioso. No le das el gusto, así que
se ríe entre dientes—. ¿Y qué hay de tu amigo? ¿El loquito? Antes me hablabas
harto de él.
Dice lo último con cierto rastro de mofa.
Carraspeas.
—No lo he ido a ver.
—¿Miedo?
—No es eso.
Asiente con la cabeza lentamente. Te
irrita en exceso, lo sabes, así que tomas un respiro hondo y lo dejas ir junto
con tu frustración hacia Javier y hacia ti mismo.
—¿Qué hay de tu compañero de curso? ¿El
mateo?
Te observa deliberativo. Lo puedes ver en
sus ojos.
—Está bien. Cris está bien.
—Henríquez —dice Rebecca, poniéndose
frente a tu pupitre. Notas, de manera ausente, que tiene un botón de la blusa
desabrochado. Probablemente no se ha dado cuenta—, ayer era el último plazo
para enviar tu parte.
La miras con cierta lejanía. Nunca la has
hallado muy bonita y no entiendes por qué todos se intimidan ante su presencia.
Es otra niñita cuica más que se cree lo mejor que le ha pasado al universo
desde el pan tostado y el melón con vino. Rebecca te odia porque no le tienes
miedo y porque no te tiemblan las rodillas cuando se le sube la falda.
—Se me olvidó —confiesas—. Si quieres
sácame del trabajo. Me da lo mismo.
—¿Te da lo mismo? —repite, voz ahogada en
desdén.
—Eso dije.
Levanta las cejas y se va sin dignificarte
con una respuesta. Giselle te mira con una sonrisa casi orgullosa reposándole
en los labios, pero tú no encuentras esa misma soberbia en ti mismo. Emilia te
observa desde el otro lado del salón, ojos muy abiertos y algo muy similar a la
cara que ponen los niños cuando creen que alguien les va a regalar un juguete
decente en Navidad en vez del par de calcetines de siempre. Te hace pensar en
Néstor, así que la miras de vuelta hasta que ella aparta la vista.
Tu mamá tiene una repostería y usualmente,
cuando vuelves de clase temprano, la ayudas a trabajar. A veces entregas los
pasteles en sus bolsitas de papel y le sonríes a gente con demasiada saliva en
la boca y otras veces en cambio bates crema hasta que el vibrar de la batidora
amenaza con hacerte los huesos polvo. Es agradable, en cierto modo, porque tu
mamá no te habla mucho durante estos momentos si es que no hay algo urgente que
discutir, así que es momento de interacción maternal sin la interacción.
Hay ocasiones en las que el negocio anda
lento y tú más que nada te sientas de la caja y juegas con tu celular hasta que
alguien entra con el sonidito de la campana. Tu mamá la puso para que dejaras
de ignorar a los clientes hasta que te gritaban o se iban. No eres muy bueno
para esto de los negocios y la mayor parte de la gente ya te subestima por ser
un adolescente con delantal y una malla en el pelo.
El único ruido que hay es el ventilador y
tú te sumerges en tus pensamientos—quizás no es buena idea, pero solo puedes
jugar una cantidad específica de partidas de Tetris antes de comenzar a querer
morir por la monotonía del mundo. Así que piensas en Néstor y luego decides que
mejor no porque te angustia de manera abrupta y sabes que no podrás deshacerte
de eso pegado a tu pecho si lo dejas alojarse allí, y pasas a Adrián, pero te
da pena porque de cierto modo estúpido te sientes solo y eso que han sido,
¿cuántos? ¿Dos días?
Eres patético, Gaspar. No es que estés perdidamente
enamorado de Adrián, pero era compañía y entretención y una prueba segura de
que eres al menos un poco capaz de ser querido por otro ser humano. Ahora que
eso no está es medio difícil mirarte al espejo sin sentirte asqueroso ante la
ausencia de validación externa. Sabes que está mal. Eso no significa que sepas
cómo dejar de hacerlo.
Te preguntas si Néstor se siente solo, a
veces, encerrado en esa habitación. Si a veces se cuestiona si acaso no se
habrán olvidado o cansado de él cuando nadie toca a su puerta durante todo el
día. Te gustaría poder comunicar de algún modo que lo tienes constantemente en
tu cabeza, incluso si no lo llamas o lo vas a ver, pero eso requeriría decir
cosas que no estás seguro de estar listo para confesar.
Estás tan adaptado a la derrota, Gaspar,
que no puedes ni imaginar decir eso y que las cosas salgan bien.
Hubo algún momento de tu vida en que
estuviste seguro de que estabas enamorado de Giselle, pero apenas intentaste
tocarla esa vez cuando tenías trece y ella te estaba mirando de cierto modo que
cuando lo recuerdas te hace sentir incómodo dentro de tu propia piel, te
percataste de que no era exactamente eso lo que querías hacer con ella. La
querías, pero no así, y le hiciste saber eso en palabras tartamudeadas,
sintiéndote como un estropajo de hombre.
Ella, como es Giselle, dijo que estaba
bien. Dos años después ustedes son mejores amigos. Giselle siempre es así, no
se hace problema por nada.
No estás seguro de por qué, entonces,
tienes tanto miedo de decirle que te estuviste acostando con el chico que tú
sabías que le gusta. No puedes predecir su reacción porque le has mentido, la
has incentivado ante algo imposible y has sido deshonesto con todos. Se va a
enterar, tarde o temprano, si Raquel ya está al tanto. Es cuestión de tiempo
antes de que Rebecca se entere y luego de eso todo el mundo lo haga.
Lidiarás cuando eso pase, te dices, y si
eres más generoso con Giselle durante estos últimos días, ella se hace la
tonta. La llevas al cine, le das berlines hechos por tu mamá, la dejas que te
copie las tareas. Harías cualquier cosa por esta mujer, piensas, cuando la
miras fumarse un cigarro en tu patio. No sientes que te comprenda, pero en
ocasiones como esta, cuando tu cerebro está más despejado, entiendes que es
porque ella es feliz y normal y eso está bien. Te hace feliz a ti, también,
saber que está bien.
La envidia solo viene cuando tu mente se
convierte en un líquido que corroe tus venas y no quieres nada más que poder
molerte a ti mismo a golpes. Si no, solo es Giselle, con sus poemas tontos y
sus vídeos aburridos y esta afición por tejer peluches de lana. Hizo uno de ti,
una vez. Está en tu repisa. Está sonriendo con todos los dientes y se ve un
poco psicótico debido a eso, pero te gusta.
Giselle no te dice por qué ya no habla con
Trinidad y tú no tienes ni la más remota idea de por qué será. Fue de un día
para otro, literalmente, que eran inseparables y luego Giselle decidió que no
podía siquiera ver a Trinidad por más de cinco minutos sin empezar a pelearse
por alguna razón estúpida. Es triste, Trinidad te cae bien. Es la única otra
persona que rueda los ojos cuando Rebecca habla. Y Rebecca habla mucho. Rebecca
habla como monito a cuerda y no se calla hasta que alguien suspira con hastío.
Tienes mucha compasión por todos, pero
Rebecca es una persona complicada de estimar. Tú sabes que Néstor tenía algo en
contra de ella, algo enmarcado por Emilia tartamudeando y mirando al suelo
mientras Rebecca no para de hablar.
Porque es que la Emilia, que
obviamente necesita alguien que la defienda ahora que Néstor no está y a ti te
viene algo cuando la miras, está sola. Trinidad se junta con ella todavía, pero
de esta manera distante en que la gente se congracia con otros para sentirse
buenas personas. Alguna vez fuiste amigo de Emilia, no tanto como lo eras tú o
ella con Néstor, pero le conversabas y le sonreías en los pasillos y eran
amigos, al fin y al cabo. Era tu amiga. No sabes qué pasó con eso.
Eso es mentira, Gaspar. Sabes
perfectamente. Empieza con e y termina con nvidia porque
en algún momento te diste cuenta, sin que Néstor dijera nada, que la prefería a
ella antes que a ti. Y a ti te dolió y como nunca has sido bueno para lidiar
con la vida y sus chistes, decidiste que, en vez de molestarte con él, le
tendrías pica a ella. Emilia lo notó. Siempre ha sido perceptiva en su silencio
así que lentamente dejó de hablarte y se distanció de tu vida hasta ahora que
solo te mira, a veces, esperando que se te haya pasado la tontería.
No sabe que lo tuyo no es una etapa. Es de
por vida. Naciste estúpido y morirás estúpido. Te gustaría saber si Emilia
siente con tanta intensidad la existencia de Néstor como tú, o como él siente
la de ella. Es la única persona que deja que lo toque, pero supones que tiene
sentido. Dijo que Emilia era dios, ¿cierto? ¿Quién es tan valiente en su
delirio como para negarle algo a dios?
Y si Néstor cree que ella es dios, ¿qué
eres tú?
—¿Crees en Dios? —preguntas entre el humo
de tu cigarro y como los ojos de Javier se cierran por sueño. Están en la
sombra de un árbol. Javier llegó al lugar después de convocarte allí con un
dedo entablillado y una apariencia de frenesí en los ojos. No quisiste
preguntar.
—No —dice.
—¿Por qué?
—Porque me da flojera.
Tiene sentido. Javier te habla de su
compañero de curso, de nuevo, y tú no quieres decirle que sientes que tiene una
pequeña obsesión malsana con el tipo. No dice cosas buenas, que es lo más raro,
pero tampoco pareciera que le tiene rabia. Solo habla de él como uno hablaría
de su personaje favorito de una película o de un político de algún país que
nunca conocerás.
—El otro día logré que se fumara un
cigarro —dice casi con orgullo. No es algo por lo que sentirse bien, piensas.
Debería avergonzarse de sí mismo—. Casi se puso a llorar, después.
—¿Por qué?
—Dijo que su mamá iba a oler el humo en
él.
—¿Y qué hiciste?
Te mira con curiosidad.
—Nada. ¿Por qué iba a hacer algo?
Por qué, de verdad.
Me gusta tu estilo... Éxitos!!!
ResponderEliminargracias!
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