—XIX—
Iglús
*si no me vas a hablar nunca más al menos
ten la decencia de decirme por qué
*o bloqueame aweonao
Javier es muy bueno para el juego de la
ley del hielo.
Cuarto medio no es tan interesante como lo
muestran en la tele. Es menos trabajo académico, sientes, pero tus papás te
meten a un preuniversitario así que al final terminas pasando más tiempo
rellenando hojitas con números y dibujando círculos. Escribes un haiku acerca
de lo penoso de la existencia capitalista y luego lo tiras por la taza del
baño.
—Tienes que mejorar tu NEM —te dice tu
profesor jefe, como si tú no supieras que tus notas son una mierda—. Te iba muy
bien séptimo y octavo… ¿qué pasó?
—Las hormonas, supongo.
No le gusta tu respuesta así que te dice
que te retires. Bueno. Vas al preu y te sientas sin hablarle a nadie y escuchar
al pelagato que tienes de profesor balbucear acerca de los aminoácidos por casi
dos horas. Sientes que el cerebro se te va a caer por las orejas. Te lo podrías
tomar con una bombilla.
—¿Por qué hay que ir a la
universidad? —pregunta Rebecca y el silencio cae sobre la sala de clases, no
sabes tú si por el shock de oírla a ella de entre todas las personas proferir estas
palabras o porque nadie sabe la respuesta—. ¿Qué pasa si no quiero?
—Pues no vayas —te escuchas decir—. Nadie
te obliga. ¿O sí?
No te contesta y te sientes cruel. Pero
por qué, de verdad. Y Giselle dice, sin mirarte porque siempre hace como que no
existes a menos que necesite algo de ti, que algunas personas son obligadas por
la presión social y familiar y tú de nuevo dices, pues, que se dejen presionar.
¿Es culpa de los demás si eres susceptible y altamente sugestionable? Hazte
independiente. Deja de echarle la culpa al resto por tus equivocaciones.
Ahí te mira y tú la miras y esperas que te
haya escuchado de verdad porque son esas cosas que debiste haber escuchado hace
mil años y no sabes si alguien se las ha dicho a ella, pero el momento pasa y
la discusión acaba y todo es como siempre. Ni mal ni bien.
El preuniversitario es horrendo, una
pérdida de tiempo y lleno de imbéciles que creen que conseguirán pega como
gerentes apenas salgan de la u. Lo odias con todo tu corazón.
Lo único bueno que tiene es que hay un
chico con frenillos que comparte miradas cómplices contigo cuando al profesor
se le olvida de qué está hablando o alguien responde una barbaridad, y, pues,
bueno. Quizás estás siendo muy optimista, Gaspar, pero estas cosas no pasan
todos los días y de repente es agradable pensar que, tal vez, quién sabe. Un
romance tan largo como un ensayo de PSU.
Ojalá le guste el rock alternativo.
Raquel te dice que hay otra tocata en la
que estará Néstor y tú sientes la necesidad de preguntarle por qué va ella y
por qué te invita a ti, así que haces eso mismo.
—Estaba tratando de ser buena onda —dice,
pero luego carraspea—. Y la Emilia me ha andado diciendo cosas…
—¿Qué cosas?
—Solo que Néstor quiere que vayas. No sabe
que fuiste la última vez, pero dijo como mil veces que sería la raja si fueras.
Creí que tratarías de hablar con él, mínimo.
La gente es tan rara. Rechazas la
invitación de Raquel porque tienes miedo de qué canciones vaya Néstor a escoger
para cantar esta vez. Si lo conoces el poquito que crees, probablemente algo de
Weezer.
No sabes qué vas a estudiar pero sí sabes
que el tipo se llama Mario y te recuerda un poco a Matías de BKN. Hubieras
preferido vivir sin percatarte de esto pero no es tan terrible porque el
parecido solo se ve de lejos. Mario es mucho menos pintoso pero tiene la risa
más espantosa de toda la galaxia, lo que pone la balanza a su favor, a tus
ojos.
Es de esa gente que ni es bonita e igual
logra hacerte sentir feo. Tu primera conversación con él es más una
interrogación de su parte que tú contestas tratando de hacerte el interesante,
rápidamente consciente de lo aburrido que eres.
—¿Qué haces para pasar el rato? —dice y a
ti se te ocurren diez chistes, cuatro que no va a entender y otros seis que son
todos sexuales o políticamente incorrectos. Marcas ocupado por exactamente tres
segundos.
—Escribo poemas —murmuras como una
pregunta. Piensas en algo más pero estás seguro de que "también contengo
la tentación de vomitar mi almuerzo y luego correr diez kilómetros sin
parar" no es una respuesta atractiva.
¿Cómo cresta que fue qué hiciste esto con
Adrián? Claro, realmente no hiciste nada porque no tuviste que pasar el periodo
de conversaciones banales. Perfecto, Gaspar.
—¿Tienes alguno aquí?
—No —Aunque la verdad es que sí pero ni
muerto dejas que los lea—. ¿Y tú? ¿Qué haces?
Mario sí tiene las bolas para decir que se
pajea y luego se ríe con estos sonidos de huemul siendo asesinado. Ríes sin
hacer ruido.
Javier, como te odia de manera
inconsciente, decide interrumpir tu ligero idilio mental en pleno periodo de
exámenes. Es la peor cosa en la vida y detestas que igual te alegra su mensaje
para que vayas a la plaza, aunque a la vez te enoja y te calma y te preocupa y
todo es un desastre de emociones.
Igual vas. Tomas una micro y vas a Viña
del Mar y lo esperas ahí, donde siempre, como si no tuvieras nada mejor que
hacer. Javier tiene el descaro de llegar veinte minutos tarde y casi se lo
recriminas cuando lo ves a lo lejos, caminando calmadamente, excepto que cuando
está lo suficientemente cerca lo notas pálido y ojeroso y no de la forma usual.
Se ve enfermo.
También tiene auriculares metidos en las
orejas pero decides no mencionar estos aún.
—¿Cómo estás? —te pregunta como si
esperara que te disolvieras en lágrimas al estar en su presencia. Tienes unas
ganas terribles de pegarle.
—Bien. Harto bien, de hecho. ¿Y tú?
Pone cara de culpabilidad, pero es Javier
así que parece que estuviera fingiendo. Aprietas los dientes.
—Tengo una muy buena explicación.
—Ya.
—Sí. Y hasta me interesa que la escuches,
figúrate esa.
—Explica, entonces.
Javier se lame los labios, que igual están
muy pálidos, y luego hace amague de agarrarte del brazo y se arrepiente.
—Vamos a mi casa primero —dice y tú
asientes—. Me da hueá hablar de estas cosas en público.
Así que vas, y te tragas el hecho de que
nunca habías siquiera considerado que algún día irías a su casa. Habías
comenzado a pensar que Javier vivía en el viaducto del estero Marga-Marga, pero
al parecer no, si no que en un departamento en Miraflores. Sus papás no están
lo que te pone nervioso por razones tontas. Javier te pregunta si quieres agua
o bebida o un té o jugo o un pedazo de torta trasnochado.
—Agua, por favor.
—Pero obvio.
Javier vuelve con el vaso de agua y sin
los auriculares. Probablemente se da cuenta de que le estás mirando las orejas
porque se turba notoriamente. Tienes la tentación de pedirle disculpas pero en
cambio prácticamente inhalas el agua del vaso y casi la derramas en tu polerón.
—Igual te puedo escuchar, por si acaso.
Solo no susurres.
—¿Cómo lo haces para tocar la guitarra?
—preguntas porque tienes una discapacidad de empatía. Javier alza los hombros.
—Con las manos, como siempre.
Quieres preguntar porque tienes curiosidad
y a la vez no quieres saber. Él prende la tele y ambos fingen mirarla mientras
esperan que Javier reúna el coraje para decir lo que tenga que decir.
—¿Alguna vez viste el episodio de Bob
Esponja cuando vendían chocolates?
Decides tenerle paciencia a Javier y no
exigirle que vaya al punto en vez de empezar por caricaturas de hace quince
años.
—Sí.
—¿Recuerdas el hueón que decía que tenía
huesos de vidrio y piel de papel?
—Sí.
—Bueno. No tengo piel de papel.
No comprendes mucho pero mantienes tu
silencio. Javier suspira.
—Me caí de las escaleras del departamento,
así bien hueón. Me rompí el brazo y el tobillo y el alma. Así que fui al médico
y me llenaron de yesos y además me dijeron que me estoy quedando sordo, lo que
es… normal, con esto.
—¿Qué es "esto"? —murmuras.
Quieres ser sensible y comprensivo pero esto es suficientemente sorpresivo para
dejarte colgado respecto a cómo se supone que debes responder.
—Si te lo digo lo vas a googlear, así que
mejor no.
—Mínimo que hagas eso luego de guardarte
esto por, ¿cuánto? ¿Unos dos años?
—Chucha, ¿ahora debo contarte toda mi
vida?
—No, pero al menos las cosas importantes.
Yo te conté las cosas importantes —agregas más bajito, tratando de hacer que
las manos te dejen de tiritar—. Ni me has dicho que estás estudiando o dónde, o
si tienes hermanos o qué. No me dices nada.
—¿Y por qué quieres que te diga esas
cosas? —te responde casi con disgusto, como si realmente fuera algo imposible
de pensar racionalmente.
—¿Porque somos amigos? Los amigos se
cuentan cosas, ahueonao. Lo siento si tu autismo severo no te permite darte
cuenta.
Te detienes porque la voz se te agudiza un
poco. Respiras hondo. Néstor nunca te contaba nada, tampoco. Tal vez eres tú el
que no es digno de confianza, Gaspar.
Te pegas en la cabeza para hacer que dejes
de pensar. Javier te observa confundido.
—No tienes que hacerlo si no quieres pero
no hagas como que es porque yo tampoco quiero saber —dices.
—Creo que no hallé que fuera importante,
pero… —Javier toma aire—. Vi a tu amigo en octubre, el año pasado. Me vino a
ver acá, de hecho. Con Cris.
—¿Néstor?
—Sí.
—¿Para qué?
—Para preguntarme si todavía te gusta
Mantarraya.
Tiemblas y los ojos se te llenan de
lágrimas demasiado rápido. No lloras. Solo necesitas recomponerte por un
segundo.
—¿Nada más?
—También jodió un rato acerca de cómo
quería que le vendiera mi guitarra. Ja. Nica.
Ríes.
—Todavía no me queda claro por qué me
dejaste de hablar.
Javier se pone de pie como un resorte y se
da vuelta a verte tan rápido que temes que se le rompa algo, de nuevo.
—Porque si te hablaba tenía que explicarte
toda esta hueá, a detalle, y es una lata, siempre. Cris hasta me trajo
flores. Flores.
—¿Eran gladiolos?
Te pega en la cabeza y tú ríes y ríes y no
puedes dejar de reír. No sabes por qué. Simplemente es chistoso por alguna
razón esquizofrénica. Esto es horrible. Podrías preguntarle a Javier si sus
ojos raros tienen que ver con esto, lo que sea que es.
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