—XX—
Por qué
Te cortas el pelo del mismo modo que los
has hecho desde que tienes catorce años, en la peluquería de siempre que es la
misma a la que tu mamá va todos los fines de semana a retocarse la tintura del
pelo, y te das cuenta por primera vez de que quizás no eres el bodrio asqueroso
que te convenciste de que eras cuando tenías doce. No eres perfecto ni saldrás en
la portada de alguna revista detallando los solteros más codiciados, pero no
eres deforme ni nada.
—Pero si está tan lindo —dice la peluquera
cuando termina de peinarte. Le sonríes a tu reflejo pero tu expresión no parece
querer cooperar con la honestidad del sentimiento.
Aun no sabes qué estudiar ni dónde, pero
has estado escuchando las canciones de Néstor que Raquel a veces te manda. Has
llegado al punto en que cuando oyes su voz, apenas suena como una persona que
alguna vez conociste.
Después de tu primera lata de cerveza,
beber entre tus compañeros del preuniversitario no es difícil. No te sientes
del todo ahí pero al menos te puedes reír de los chistes y de las ideologías conspirativas. Mario intenta conversarte pero te da un poco de asco a la mitad, y no estás seguro de por qué. Te gusta la atención, así como te gustaba la de Adrián, pero cuando tienes pruebas fehacientes se vuelve incómodo, siempre.
del todo ahí pero al menos te puedes reír de los chistes y de las ideologías conspirativas. Mario intenta conversarte pero te da un poco de asco a la mitad, y no estás seguro de por qué. Te gusta la atención, así como te gustaba la de Adrián, pero cuando tienes pruebas fehacientes se vuelve incómodo, siempre.
Se siente como un juego que no va a llegar
a ninguna parte.
—Me voy a quedar en Valpo —dices cuando alguien
te pregunta—. Voy a estudiar Química y Farmacia.
—¿Por qué no te tiras a Letras en la
Chile? —pregunta Mario. Te ríes y prendes otro cigarro.
—Porque no me quiero morir de hambre.
Javier, como es hueón y poco predecible,
estudia Ecoturismo en la de Andrés Bello. Te lo dijo cuándo lo acompañaste al
otorrinolaringólogo, en lo que debe haber sido la peor experiencia de tu vida.
Por alguna razón demente, todo el mundo en la clínica parecía conocer a Javier
y hasta lo dejaron capearse trámites. Leíste muchas revistas de moda y belleza
en la sala de espera.
Javier salió un poco más sonriente que
cuando había entrado.
—No llegaré a niveles de Beethoven —dijo.
Te alegraste por él aunque no entendías del todo, y todavía no entiendes, de
hecho. Se siente imprudente pedir detalles como si fuera su obligación dictarte
su historial médico—. Quizás eso es malo.
—¿Por qué?
—Porque qué hueá más interesante. Es como
ser zurdo, a lo McCarthy.
—Es McCartney.
—Ay, ya, perdón. ¿Y qué hueá tocas tú,
Gaspar, aparte de la corneta?
—No te piques.
Le dijiste que él ya era interesante
porque tenía toda esta onda Sid Vicious pero sin las drogas. Te miró raro y
sentiste la necesidad imperante de preguntarle si se drogaba.
—Pero qué chucha, Gaspar.
Escuchar a Mario balbucear sobre los
reptilianos es muy aburrido cuando te juntas con Javier la mayor parte del
tiempo. Lo escuchas porque, con el dolor de tu alma, eres superficial y te
gusta que te quiera hablar y que escuches sus cosas. Adrián no hablaba mucho
porque siempre andaba al borde de las lágrimas cuando se encontraba en tu
perímetro. Te alegras de que ya no le pase eso. Más o menos.
Los reptilianos están controlando el
gobierno de los Estados Unidos, dice Mario, y tú te lames los labios para no
reírte.
—Me voy a presentar en una cuestioncita de
música el próximo mes, con Cris.
—¿Quién es Cris?
—Mi amigo, po. ¿El mateo?
—¿Es tu amigo?
Javier pone cara de circunstancias. Está
mirando fijamente una estatua de la plaza.
—¿Creo?
—¿Quieres que vaya?
—Me da lo mismo. Te decía más porque
necesito tu ayuda para una cosita.
Ya ha usado dos diminutivos. Debe ser muy
importante.
—Me dijiste que habías estado en clases de
guitarra, ¿cierto? ¿Recuerdas algo?
—Re-poco.
—Perfecto. Toma.
Te pasa su guitarra. Este es el momento culmine
de tu amistad con él, piensas, porque le vas a romper todas las cuerdas sin
querer y Javier nunca más te hablará. La recibes. Es una PRS, bien bonita. Bien
cara. La acomodas en tus brazos, excesivamente consciente de que la última vez
que tomaste una guitarra tenías muchos años menos y estabas frente a Néstor,
casi chocando tus rodillas contra las suyas.
Se te calienta la cabeza pero tratas de
mantenerte enfocado.
—¿Qué quieres que haga?
—Yo te digo —murmura Javier, tomando los
dedos que tienen en el mástil y moviéndotelos encima de las cuerdas. Te viene
un acceso de risa raro, que él ignora—. Ya. Rasguea.
Lo haces. Te mueve los dedos de nuevo y
rasgueas, y repite el proceso hasta que llevas cinco acordes diferentes
seguidos.
—Ahora tócalos seguidos.
Lo haces, aunque se te confundan las
cuerdas y tengas los dedos tiesos. Suena terrible pero la mitad de eso, al
menos, ha de ser por tu poca destreza.
—¿Te suena como No Surprises de
Radiohead?
Sueltas una carcajada.
—¿Eso? Suena más como Coldplay después de las
anfetas.
Javier se ríe y te quita la guitarra del
regazo.
—¿No hay acordes en Internet?
—Es nuestro propio arreglo.
—No lo llamaría arreglo…
Javier te pide que vayas a su casa mañana,
para que le hagas otro favorcito. Demasiados diminutivos. Dices que
ya.
Mario te llama amarillista, sin dejar de
sonreír o de mirarte como si fueras la Bolocco durante el 87. Quizás pensar en
eso como referente te hace, de hecho, amarillista.
—No vas a ganar muchos aliados para tus
causas con esa actitud —murmuras, tratando de ocultar la molestia. Que te
resbale, te dices, porque si dejas que te afecte luego te pondrás triste y hoy
en día estar triste por tan solo un segundo te da urticaria.
Están afuera del preu, compartiendo un
cigarro bajo la lluvia. Tiene que esperar la micro y lo acompañas, pero ahora
te arrepientes porque no estás aquí para que te insulten.
—Ganaré a los que necesito ganar —dice.
Reptilianos, piensas, por alguna razón estúpida. Mario estaba bromeando, o al
menos eso dijo cuando tú te empezaste a reír hasta ponerte rojo. Pero no es
chiste cuando habla sobre quemar bancos y farmacias y supermercados y dar
vuelta postes y, simplemente, dejar la caga'. Eres dubitativo
al respecto y no es que te tragues el discurso conservador pero no sientes que
la solución vaya por el camino de la violencia porque, lo quieras o no, eres
hijito de papá y no te gusta que la micro se quede estancada en un taco porque
alguien derribó un semáforo. Qué se le va a hacer. Nunca has tenido espacio
suficiente en tu cabeza para preocuparte de algo que no sea el inevitable cese
de la consciencia humana.
Tal vez eso te hace ingenuo. O
amarillista.
—¿Tú crees que así llegaremos a alguna
parte?
Te mira extraño mientras fuma el cigarro.
Te da calor. Todo esto es muy tonto.
—No.
—¿Entonces?
—Es algo que hacer para matar el tiempo.
Si total…
Te devuelve el cigarro. Te gustaría que
terminara la idea pero no le vas a exigir demás. Más tarde tienes que ir donde
Javier, de todos modos, y ahí tendrás oraciones inconclusas y pensamientos
políticos profundos de sobra. Javier no tira piedras porque no va a las marchas
por razones obvias, claro, pero sí sube sermones muy largos a Facebook sobre
cualquier tema contingente.
Mario toma su micro y te sonríe desde su
asiento. Amarillista.
Pero qué conchesumadre.
Llegas al departamento de Javier dos
minutos después de la hora acordada y él te deja subir no sin antes decirte que
el ascensor está malo. No te molesta subir las escaleras porque al menos
quemaras quién sabe cuántas calorías, pero no te digas a ti mismo que pensaste
eso.
Tocas la puerta y Javier abre, lo saludas
y toda tu atención se va inmediatamente a que no está solo. Hay alguien en la
sala y tiene el pelo azul y no te toma mucho darte cuenta de que es el mismo
tipo que tocó junto a Néstor en octubre.
Te pones nervioso.
—Gaspar, este es Cristóbal.
Te pones aún más nervioso. Para tu
fortuna, el tal fulano parece peor para esto que tú porque apenas murmulla un
saludo. Está sentado frente a un teclado y se mira las rodillas. Tiene los ojos
azules, aparte del pelo, y se ve desvalido, de cierto modo. Tu estómago igual
se siente incómodo porque este es el mateo, que conoce a
Néstor, así que si recuerdas bien, debe ser su amigo de Internet. No es un mero
alcance de nombre.
Podría ser peor. Al menos no está la ex de
nadie presente.
—Gaspar sabe harto de música —dice Javier
y tú ni alcanzas a interrumpirlo para corregirlo— y nos va a ayudar a cachar si
sonamos como la mierda.
Cristóbal asiente y parece al borde de un
ataque de ansiedad por un momento antes de poner los dedos en el teclado.
Javier toma la guitarra botada en el sillón, cuenta hasta tres y Cristóbal
empieza a tocar el teclado. Suena bonito. Luego Javier toca la guitarra y todo
se va al carajo.
—Suenan como la mierda. Están en
diferentes escalas. ¿No se dieron cuenta?
—Tenemos un desacuerdo artístico —dice
Javier, mirando a Cristóbal agudamente, quien apenas reacciona.
—Creo que deberías seguir el piano.
—No Surprises no es tan aguda.
—¿Quién va a cantar?
Cristóbal levanta la mano.
—Entonces que sea aguda, si él suena como
mina cuando canta. Ni Chinoy, hueón.
—Tampoco te pongas hiriente —responde
Javier entre risitas. Cristóbal está rojo, lo que lo hace parecerse a la
bandera con el pelo azul.
—Inténtalo.
Te hacen caso. Javier no está convencido pero
te concede la razón, y Cristóbal no dice nada pero parece contento con lo
logrado. Te sientes fuera de lugar hablando de música entre dos músicos, porque
Javier está equivocado: tú no sabes de música. Te gusta escucharla pero eso no
te hace un erudito ni nada por el estilo pero sientes que no tiene caso
corregirlo.
Los escuchas ensayar y les haces
comentarios. Javier les ofrece té a ustedes dos y los echa antes de que lleguen
sus papás porque, según él, pedirán que Cristóbal les toque sus rendiciones de
canciones de Lizst.
—Prefiero vivir sin ver a este pelotudo
sobrarse.
Cristóbal camina por tu mismo lado sin
decirte nada. En la esquina, al parecer al darse cuenta de que tú vas al
paradero mientras él seguirá caminando a otro lado, te detiene.
—Gracias por ir a verme tocar con Néstor
—dice. Las manos te sudan.
—De nada. Les salió bien. Me gustó como te
salió Atlántida.
Asiente y murmura un adiós atolondrado.
No sabes por qué, pero no te sientes mal.
Mario, esta vez, te llama vendido. No está
lloviendo y es de noche porque es viernes y eso es cuando sales más tarde del
preu, para tu desgracia. Solo queda la mitad de un cigarro.
—¿Soy vendido porque no ando tirando
piedras? —preguntas.
—No. Eres vendido porque dices que no
estás en desacuerdo que el país es mierda pero no quieres hacer nada al
respecto porque eso te arruinaría la reputación.
—¿Qué reputación? ¿Mi reputación de
maricón?
Se encoge de hombros.
—No toda la gente que está en desacuerdo
contigo es amarillista o vendida. Quizás simplemente estás equivocado.
—No creo que lo estoy —dice Mario con
cierto tono de complacencia.
—Obvio que no lo crees.
—¿Te caigo mal?
—A veces. La mayor parte del tiempo.
—Pucha.
Te da el cigarro y te da ese calor molesto
de nuevo.
—¿Por qué pucha? —preguntas para distraerte
de como tus órganos se sienten como algodón.
—Porque, bien amarillo serás, pero igual
estás cómo rico.
Te mueves de un pie a otro, con las orejas
calientes. Esto es horrible.
—¿Qué? ¿Qué pasó? —ríe Mario ante tu
silencio. No hallas como explicarle que tienes pensamientos contradictorios
sobre él y el mundo en general, así que esta situación amenaza con darte un
tumor cerebral.
—Creí que los anarcos no se comían a los
fachos —murmuras apenas, porque perdiste la capacidad de modular de pura
vergüenza—. ¿No es alta traición o algo así?
Ríes como gallina con histeria.
—Tú no eres facho. Y yo no soy anarquista.
Anarquistas eran Sacco y Vanzetti… yo soy más como anarco socialista.
—Pero igual. Es que…
Es difícil entender como alguien que te
trata de la peor escoria política a la vez admita estas cosas. Mario tira las
cenizas al suelo, da dos pasos en tu dirección y fuma de nuevo. Estás sudado
bajo tu ropa pese al frío.
—Cresta, que eres calienta-sopa,
Henríquez.
Lo intentas negar pero solo logras
balbucear. Mario se va sin decir mucho más.
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