Bety nació negra, la única oveja negra en un rebaño de blancas. Su mamá la amaba tanto como a sus hermanas, pero Bety no lo creía así y eso la hacía preocuparse. Varias veces había intentado hacerle entender que el color de su lana no era importante y que lo verdaderamente importante era que fuera feliz junto a su rebaño, pero Bety siempre tenía una respuesta del tipo “lo dices porque eres mi madre y es tu obligación”, y hasta una vez, en plena adolescencia, se atrevió a decirle “tú eres idéntica a las demás, nunca sabrás lo que se siente ser diferente”.
Las otras mamás ovejas se sentían mal por la mamá de Bety, pero en su afán de consolarla por tener una hija rebelde no la escuchaban cuando esta les decía que no era eso lo que la preocupaba. En realidad, la mamá de Bety estaba orgullosa del carácter de su hija, pero sentía que no lo estaba utilizando correctamente. La autoestima de Bety iba cayendo, discutiendo incluso con otras ovejas adolescentes —hasta con sus hermanas—, argumentando que la dejaban de lado al salir a pastar cuando era ella misma la que no intentaba incorporarse al grupo.
Y un día Bety decidió abandonar el campo. Se le había metido en la cabeza que iba a estar mejor sola, y a pesar de lo mucho que su madre le había advertido sobre los peligros más allá del alambrado, le pareció que cualquier cosa valdría más la pena que quedarse allí.
Aprovechó la noche y el sueño profundo de su rebaño para llegar hasta el lejano alambrado, y vaciló al ver sus imponentes púas, pero aun así tomó coraje para traspasarlo y llegar al camino de tierra del otro lado. Le costó bastante y se lastimó un poco, sin contar el miedo que sintió al verse en aquel camino oscuro a merced de quién sabe qué, pero la necesidad de alejarse de lo que tanto dolor le provocaba era más fuerte. Parte de su lana quedó allí, coronando el alambrado como prueba de su huida.
Con la respiración entrecortada caminó varios kilómetros hasta toparse con un pequeño monte donde decidió descansar hasta que amaneciera. El alambrado que tuvo que cruzar para llegar hasta él no tenía púas, así que no fue tan difícil, pero la verdad es que casi no pudo dormir de todas maneras. Siempre que el cansancio parecía vencerla, una corteza crujiendo o un ladrido lejano la sobresaltaban.
El sol la encontró a la par que un sabueso y su amo a caballo. Intentó correr pero aquel hombre de campo era hábil, y pronto se encontró camino a una estancia que no era la suya.
Llegando se enteró que allí no había ovejas, solo vacas, caballos y gallinas, y lo supo porque le tocó compartir su pasto con las primeras. Solo una de ellas llevaba cencerro, y asumió que sería la más sabia, así que se acercó a hablar con ella.
—Buenos días, señora. ¿Sabría usted decirme dónde estoy?
—Muuuuuy buenos días, pequeña. Estás en la estancia de Don Mateo.
—¿Podría decirme también si aquí hay ovejas negras como yo?
—Aquí no hay ovejas, niña, y lo único negro es el caballo del hijo de Don Mateo. Las vacas somos todas marrones; las gallinas, blancas; los caballos, manchados. Solo él es tan negro como la noche.
Bety pensó que quizás aquel caballo estaría sufriendo tanto la indiferencia como ella, y le pareció buena idea hablar con él. Hasta ahora no se había puesto a pensar en que quizás otros podrían estar pasando lo mismo que ella.
—¿Sabe usted dónde puedo encontrarlo? —preguntó entonces.
—¿A Froilán? Suele venir muuuuy temprano a pastar por aquí. Luego su amo lo lleva otra vez a la caballeriza y suelta a los demás. ¡Mira, allí vienen…!
Bety escuchó otra vez al sabueso ladrar y lo vio mover la cola eufórico, a lo lejos. A la par de él, un montón de caballos manchados corrían a pastar del otro lado del campo.
—Señora, una última pregunta: ¿dónde están las caballerizas?
La vaca del cencerro giró pesadamente y cabeceando le indicó la dirección a Bety, pero también le aconsejó no acercarse mucho a la casa.
Bety le agradeció el consejo y fue en busca de Froilán.
Cruzó el gallinero y revolucionó a las chismosas gallinas, que entre ellas comentaban quién sería la osada extranjera que iba tan decidida rumbo a las caballerizas, y que para qué, y que si acaso estaría loca. El gallo decidió tomar partido, dio un paso al frente y le gritó:
—¡¿Kikirikistas haciendo?! ¿A dónde crees que vas, pequeña?
—A ver a Froilán —respondió Bety, apenas aminorando la marcha.
—¿Sabes que hay sabuesos cerca de la casa, cierto? Esos no son como Tom. ¿Sabes quién es Tom?
Bety frenó en seco. Quizás sería mejor hablar un poco con aquel gallo.
—Supongo que es el sabueso que acompaña a Don Mateo. Él no fue tan rudo conmigo cuando me encontraron.
—Claro, él no es rudo, de hecho es bastante simpático. ¿Has visto que pelo tan bonito tiene? Pero los que están cerca de la casa son muy diferentes, solo de verlos te das cuenta.
A Bety este comentario la incomodó. Le parecía que aquel gallo estaba juzgando a los sabuesos de la casa por su apariencia, como le sucedía a ella en su estancia, así que pensó que también quería conocer a los sabuesos.
—Gracias, señor gallo, tendré en cuenta el consejo. Hasta luego —respondió, aunque con un poco de sarcasmo, y siguió su camino. A sus espaldas, las gallinas siguieron cacareando por lo bajo.
Pasando las viviendas de los peones, encontró la gran caballeriza. Froilán dormitaba parado en su espacio, y no solo era más negro que la noche sino que brillaba casi tanto como las estrellas.
—Buenos días, Froilán. ¿Le molestaría que le hiciera unas preguntas?
Froilán se sobresaltó y relinchó del susto.
—¡Niña! ¡Qué susto me has dado! Estaba soñando que ganaba mi segunda medalla de campeón.
—¿Campeón? —preguntó Bety.
—Así es. Un tiempo atrás mi amo y yo participamos de un concurso de belleza, y ya sabrás con solo verme que ganamos el primer premio.
—¿Entonces no le molesta ser el único caballo negro de la estancia?
—¿Por qué debería molestarme? Soy muy querido por mi amo y por Don Mateo, y los demás caballos sienten admiración por mí.
—¡Eso no es verdad! —se escuchó decir desde uno de los espacios del fondo. Bety se acercó para ver quién era el que había dicho eso, y un caballo viejo y petiso se asomó al fin—. Algunos te admiran y otros de envidian muy feo, Froilán.
—Tienes razón, Tuerto, pero a esos que me envidian los ignoro. Si supieran que cualquiera de ellos podría estar en mi lugar…
—¿A qué se refiere con eso, señor Froilán? —intervino Bety.
—Es fácil, niña. Mi amo se fijó en mí por mi actitud cuando era un potrillo. Siempre creí que era especial. Mi madre me lo decía y para mí su palabra era ley. Cuando todos los demás potrillos salían a trotar, yo corría. Cuando ellos volvían a la caballeriza, yo me hacía perseguir por el sabueso. Cuando traían el heno, a veces me negaba a comer si no era de la mano de mi amo. Todas las miradas estaban siempre en mí, yo destacaba, y mi amo vio en mí al caballo especial que soy. Si cualquiera de ellos me hubiese imitado, quizás hoy sería un campeón como yo.
Bety recordó a su madre. Pensó en las veces que le había dicho a ella lo especial que era, tal como le había sucedido a Froilán con la suya. Luego miró hacia el final de la caballeriza y se preguntó por qué Tuerto estaría allí y no con los demás.
—¿Y qué hay de usted, señor Tuerto? ¿Usted también es especial?
—¡Todos lo somos, niña! Mira, por ejemplo, yo soy el caballo que más distancia ha recorrido dentro de la estancia. Don Mateo y yo hemos viajado mucho cuando era joven, llevábamos huevos a estancias vecinas. Ahora estoy aquí porque ya estoy viejo y me gusta mucho dormir —. Tuerto mostró una sonrisa enorme y a Bety le dio mucha risa.
—¿Y por qué se ha quedado tuerto, señor Tuerto? Si no le molesta contarlo… —preguntó Bety después.
—En realidad no lo soy, me han puesto ese nombre por la mancha blanca que tengo en el ojo izquierdo. La verdad es que los amos no son muy creativos. ¿Y tú cómo te llamas, niña?
—Me llamo Bety, señor, aunque no sé por qué me han puesto ese nombre…
—Pues, bienvenida, Bety. Tú también serás especial aquí, ¡ya eres al menos la única oveja! —dijo Froilán.
Bety se despidió de Froilán y Tuerto y se alejó pensando en sus palabras. Estaba confundida, no sabía si ser única era lo mismo que ser especial. Necesitaba hacer más preguntas.
Al salir de la caballeriza divisó el casco de la estancia. Era más pequeño que el de la suya, a pesar de que en ella había más animales y peones. Caminó cautelosa hacia allí en busca de los sabuesos. No tenía dudas, hablar con ellos le daría una respuesta definitiva a su aventura… o un final muy trágico.
Eran tres, y al ver que no estaban atados se le heló la sangre. Los tres giraron hacia ella y avanzaron amenazantes, gruñendo por lo bajo.
—Grrrr, no te acerques más, niña, grrrr… ¿Qué buscas aquí? —dijo uno de ellos.
Bety tomó coraje y respondió:
—Ve-e-e-e-e-engo a conocerlos. Soy nueva en la estancia y me han dicho en el gallinero dónde podría encontrarlos. Me llamo Bety.
—¿El gallinero? Ese gallo lengualarga te ha enviado directo a la muerte, niña, grrrr —. Los tres seguían avanzando muy lentamente hacia ella, pero Bety decidió no retroceder.
—Pues, no veo motivo alguno para morir. Solo he venido a conocerlos —. Le temblaban las patas traseras, pero deseaba demostrar que aquel gallo estaba equivocado y obtener más respuestas.
Los tres sabuesos comenzaron a dudar. Se miraron entre sí al no saber cómo actuar frente a aquel coraje y tal afirmación. La niña tenía razón, no había motivo.
Bety notó las miradas y aprovechó para seguir hablando:
—Sé que su trabajo es defender la casa, pero no he venido a robar nada, solo quiero hacerles unas preguntas. Puedo irme si lo desean, aunque eso afirmará lo que ha dicho el gallo sobre ustedes…
—Grrrr… ese lengualarga… ¿Qué es lo que ha dicho sobre nosotros? —preguntó uno de los sabuesos, y se sentó a esperar una respuesta. Betty soltó todo el aire que tenía en los pulmones.
—Él cree que ustedes son feroces, no amigables como Tom. Pero yo no estuve de acuerdo. Solo cree eso porque ustedes son mucho más grandes que él, y estoy segura de que no se ha acercado jamás a hablar con ustedes. ¿Me equivoco?
—No te equivocas —respondió otro de los sabuesos—. Nadie del gallinero se acerca a la casa. Solo cuchichean si alguna vez nos ven pasar. Tom es nuestro amigo, y nos ha dicho varias veces que deberíamos mover un poco más el rabo…
Los tres sabuesos cambiaron su expresión de golpe, se pusieron algo tristes. Bety tenía razón, los sabuesos de la casa estaban siendo juzgados por su apariencia, y solo se comportaban feroces porque eso se esperaba de ellos.
Al llegar a esa conclusión supo que ser diferente, único o especial no era el motivo real para estar en boca de los demás. El motivo era simplemente la envidia, la falta de comunicación, el prejuicio y la ignorancia de aquellos que no se animaban a conocer, a hacer preguntas y a encontrar su propia manera de ser especial, como le había dicho Tuerto.
—Pues, yo creo que los cuatro son muy buenos haciendo su trabajo, y que ya es tiempo de volver a casa —dijo después, mostrando una sonrisa.
Los tres sabuesos le agradecieron la visita, hacía mucho tiempo que no hablaban con alguien más allá del patio de la casa. Betty volvió al campo, junto a la vaca con el cencerro, y pastó tranquila mientras asumía todo lo que había aprendido.
Pensó en huir esa misma noche y volver a casa, pero no tuvo necesidad de hacerlo. Al atardecer, justo después de volver al corral, Don Mateo vino a verla junto a su amo, Don Pascual.
—¡Sí! ¡Es mi Bety! ¡Qué susto me di al no encontrarla! —exclamó al verla, y Bety, estupefacta, recibió muchas caricias de su parte. No tenía idea de que fuera tan importante para él.
—Ya ve, Don Pascual, por eso a los rebeldes se les dice “ovejas negras”: ¡aventurera y con coraje! Los peones me han contado que hoy ha estado paseando por toda la estancia, ¡y hasta se ha hecho amiga de mis perros guardianes!
Bety volvió a casa, y para mayor sorpresa todo el rebaño la recibió feliz. Se habían preocupado mucho por su desaparición, y notó en sus rostros que estaban siendo sinceros.
En la noche, antes de dormir, le pidió perdón a su mamá, y desde entonces tiene claro que ser diferente no es lo mismo que ser único, y que todos, todos, podemos ser especiales.
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¡¡Muy bueno!
ResponderEliminarGracias Vecca 🤗
EliminarMe encantó, uno de los mejores que leí aquí!!
ResponderEliminardemasiado largo Para llegar a tener exito los textos son cortos Esto no es un libro es poder en pocas palabras definir momentos eso es ser blogger
ResponderEliminarTe invito a mi recomenzar
Disculpa, pero creo que no sabes dónde estás y confundes varios conceptos. Te invito a que te unas al taller para que puedas distinguir entre literatura y redes sociales.
EliminarDemasiado largo
ResponderEliminarPara los que dicen que está muy largo. Claramente no saben ni dónde están parados. Por eso el mundo de la literatura está desestimado, por tanta mediocridad, y pereza para leer. Excelente entrada. Me encantó.
ResponderEliminarMuchas gracias, Erik. Ya ves, la costumbre de hablar antes de pensar está más fuerte que nunca, desgraciadamente.
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