Un vuelo de recuerdo - de Jorge Cuevas

Concurso "8 gatos desafiantes"


Primer puesto (17 votos)
Rasgo: Olvidadizo 
Evento: Viaje 
Autor: Jorge Cuevas




Un vuelo de recuerdo 



— Mis llaves… ¿dónde dejé mis llaves…?
José Ramón Trasviña gruñía mientras se palmaba el cuerpo como si tratase de matar un mosquito.
— ¿Qué haces, José? — Le preguntó su esposa Sara.
— Buscando las mendigas llaves.
— ¿No te acuerdas que le prestaste el coche a bernardo?
— ¿A quién? —respondió el viejo con el ceño fruncido.
— A bernardo, el hijo de Claudita, después de que te ayudó con el problema del agua.
— ¿Qué problema tenía el agua?
— Pues que no salía porque tenía el pato atorado.
— ¿Me estás albureando, mujer?
— ¡Ay, José! Ya apúrate que te está esperando tu avión.
— Si es cierto… ¿Y en dónde me espera?
Sara prefirió decirle al chofer del taxi en dónde dejar al viejo. Al bajar, comenzó a caminar hacia el aeropuerto, pero alguien le tomó del hombro.
— Señor, sus maletas.
— ¡Ay, cabellos! Gracias joven.
Siguió caminando y pasó por las puertas de cristal. La gente iba de un lado a otro, y de pronto se preguntó hacia dónde iba. Tomó asiento en una de las sillas y comenzó a golpetear con pies y manos coordinados.
A los pocos minutos, se le acercó una mujer joven y esbelta, con un traje azul marino.
— Señor, ¿quisiera acompañarme?
— Gracias señorita, pero yo creo que mi esposa me mata.
La chica sonrió ampliamente.
— Ya hablé con Sara. Dice que está bien. Es hora del viaje.
El viejo asintió y la siguió hasta un pequeño cuarto, donde le pidió que se cambiara. Se puso la ropa que su esposa le había guardado, un uniforme oscuro, como de militar. Se sentía importante y atractivo.
Cuando salió la misma joven lo esperaba. Lo siguió guiando hasta que cruzó por una puerta, perdiéndose hasta el fondo. Una compañera suya, recién ingresada al trabajo, se le acercó con rostro preocupado.
— ¿Estás segura que está bien dejarlo?
— Tú siempre te preocupas por don José, pero hasta ahora no ha tenido ningún problema.
— Ya sé, pero siempre hay una primera vez…
José Ramón llegó hasta el avión, donde otras chicas vestidas igual a la anterior le hacían señas. Él las seguía sin preguntar, aunque con clara confusión. Finalmente, pasó por una pequeña puerta blanca, y entró a un pequeño espacio con dos ventanales, por donde podía ver la pista. Sentado cerca se encontraba un hombre joven vestido igual que él. Lo saludó asintiendo.
— La señora Sara me dijo que me acompañaría de nuevo, señor José.
— ¿Ya nos conocemos?
— Nos hemos visto un par de veces. Me ha ayudado bastante.
— ¿Eres Bernardo?
El hombre soltó una risilla.
— Mi nombre es Iván, pero, ¿qué importa eso?
Iván le ofreció la silla al lado. José Ramón se reclinó en ella. Frente a él había un sinfín de palancas y botones. Estuvo a punto de preguntar si así era con todos los pasajeros, hasta que el joven le ofreció una tabla con varias hojas encima.
— Sara me pidió que le mostrara esto. Dijo que le ayudaría
Siempre que alguien le hablaba, tenía dudas y temores, pero al escuchar el nombre de su esposa, sabía que podía confiar. Revisó la tabla, y poco a poco su rostro de confusión fue desapareciendo. Varias palabras, imágenes y sonidos comenzaban a surgir en su mente. Era como tener una televisión en su cabeza, enseñándole algo, o más bien, recordándoselo.
— ¿Ya está mejor?
— Sí… mucho mejor.
Inmediatamente, se puso a revisar distintas cosas. Pasados ya unos minutos, el avión se había llenado de personas. Iván le hizo una señal con la cabeza y el viejo tomó un radio.
— Pasajeros, les habla su capitán José Ramón Trasviña.



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