—XI—
Eternidades efímeras
Giselle te pregunta muchas veces esa
semana porque andas tan nervioso, pero lo único dentro de tu mente es que
cualquier día de esos podrías llegar a clases y enterarte de que ahora tu
orientación sexual es conocimiento de dominio público y que además todos saben
todo lo relacionado a Adrián. Siempre has tenido la impresión de que hay varias
personas que ya saben, pero no es razón para ofrecerlo así a la humanidad.
Especialmente porque Giselle sabrá que le
mentiste. Especialmente porque es más probable que llegue a oídos de tus papás
si todo tu curso sabe porque será cuestión de tiempo antes de que los
profesores sepan. Puedes visualizarte a ti mismo sentado en dirección al lado
de Adrián, contestando preguntas impertinentes.
Emilia no cumple su amenaza, pese a que
los días avanzan, así que después de suficientes días de fermentar tu ira
dentro de ti, te pillas a Javier en la plaza de siempre, jugueteando con su
guitarra. Aguantas la sensación de rompérsela en la cabeza.
—¿Por qué le dijiste a Emilia lo de
Adrián? —dices. Te mira como si hubieras perdido la cabeza.
—¿Quién es Emilia?
—No te hagas el hueón.
—De verdad no sé de qué estás hablando.
Te detienes.
—¿En serio no sabes? —dices y su mirada
cambia un poco mientras niega. Te sientas al lado de él. Estás tentado a
afirmar tu cabeza contra su brazo, solo porque estás exhausto de existir, pero
tienes el presentimiento de que Javier no se lo tomaría a bien—. Alguien le
dijo a ella acerca de Adrián.
—Adrián… ¿ese es el compañero que te
estabas tirando?
—Sí.
—¿Y Emilia es…?
—Otra compañera de curso. Le gusta a
Néstor. Es amiga de mis amigas.
—¿Y Néstor no le habrá dicho?
—Néstor no sabe.
—¿No que es tu mejor amigo?
—¿Tú le cuentas todo a tu
mejor amigo?
—No tengo un mejor amigo —dice, pero suena
extrañamente molesto. Prefieres no insistir en el tema—. Pero, creo que…
Deja la oración en el aire.
—¿Crees qué?
—Nada. Estaba divagando.
No le crees, pero no tienes ganas de
insistir. Al final sí te afirmas en su brazo y él no dice nada. Sigues sin
saber quién pudo haber sido, pero tal vez Emilia solo estaba manipulándote con
esa parte. Quizás se dio cuenta sola. Tal vez Raquel le dijo.
—Me peleé con Néstor.
—Eso oí por ahí. Lo dejaste con el corazón
roto.
Ríes. Como si acaso a Néstor le importaran
las cosas que tú dices.
Trinidad es la primera persona que te
detiene después de clases. Se ve nerviosa y tiene la cara roja.
—Alguien me contó algo —dice.
—¿Emilia?
—¿Qué? No. Fue Rebecca.
Ni siquiera tienes la fuerza como para
sorprenderte. Solo quieres echarte en tu cama y dormir hasta que todo esté
solucionado.
—¿Qué te dijo?
—¿Te anduviste metiendo con Adrián?
Trinidad no lo dice de manera acusadora.
Es curiosidad sana, por ahora, pero apenas asientes con falsa confianza su
semblante cambia. Aquí viene la mejor amiga de Giselle, que aunque no se hablen
sigue siendo, y te dice exactamente eso, lo que tú has pensado. Has estado
mintiendo, Gaspar. ¿Has pensado cómo eso hará sentir a Giselle?
—Porque lo de Adrián en sí le va a dar lo
mismo. Más le va a molestar que le hayas estado mintiendo, así que deberías
decirle antes de que alguien más lo haga. Ya hay varios enterados.
Te los dice. Rebecca no quiso decirle
quien le dijo a ella, pero sabes que Emilia no fue porque no se hablan, y lo
mismo sucede con Raquel. Quizás Emilia le dijo a alguien más antes.
Rebecca te intercepta en el recreo.
—¿Era eso lo que te estaba molestando? —te
pregunta, pero ni ella suena convencida de su hipótesis.
—Contrario a ti, la mayor parte de la
gente no se deprime por no tener un pene cerca y a libre disposición.
Eso la ahuyenta y te da espacio para
esconderte en el baño a respirar, pero ver las tazas solo te hace recordar como
tu vida lentamente se está yendo por el drenaje. Trinidad tiene razón. Deberías
hablar antes de que alguien más lo haga.
Es durante química que te llega un papel
en la cabeza y al tiro piensas que el bullying que has temido toda tu vida ha
comenzado. Es el único papel que llega, eso sí, así que lo abres luego de mirar
a tu alrededor, esperando encontrar dibujos de penes o algo así. No es eso, por
supuesto. A nadie le interesa acosarte por ser gay, porque a todos les da lo
mismo. Si nadie acosa a Trinidad por ser lesbiana, ¿por qué sería diferente
contigo?
El papel tiene un solo mensaje muy simple,
escrito con pasta azul en una caligrafía impecable y que conoces muy bien por
todos esos trabajos de biología compartidos por años. La señorita Rebecca
Hurtado siempre ha sido muy pulcra pero, por sobre todo, concisa.
néstor me dijo
Esto debería levantar varias
interrogantes. Lo sabes. Lo único que logras es sentir pena.
Tienes mucha, mucha pena.
Las dudas llegan al otro día. Alguien le
dijo a Néstor, y te vas por la idea de que fue Emilia, que se enteró de algún
modo. Llevó a cabo la primera parte de su amenaza y la segunda era Giselle así
que ahora solo esperas porque eres cobarde y te da miedo decirle tú mismo. Lo
que piense Néstor da igual.
Lo tenso de la situación te impide
examinar tu propia trepidación. Apenas logras tener apetito para comer frente a
tu familia. No puedes dormir y estás seguro de que te está dando gripe. Y lo
que es peor, tienes muchas ganas de pegarle a Emilia lo que te hace sentir
enfermo contigo mismo porque tu mamá no te educó para esto.
Javier no te habla mucho cuando se junta
contigo y tú estás muy cansado como para preguntarle qué le pasa, así que lo
escuchas tocar la guitarra. Toca harto Radiohead últimamente, desde un día que
te preguntó si te gustaban y luego se burló de ti por ser estereotípico. Te
gusta pensar que se siente mal por ti y espera animarte a su modo. Thom Yorke
es el único ser humano que entiende tu sufrimiento.
—Todo el mundo se está enterando —dices.
Javier no para de tocar la guitarra—. Al final todos van a saber.
—Quizás es mejor así —responde pero no
explica el cómo, ni siquiera como excusa para filosofar.
—Tal vez.
Toda tu vida es un tal vez muy largo.
Llegas a tu casa esperando que tu papá te pregunte si te gusta el pico,
últimamente, y nunca pasa nada excepto que te mira con un dejo de preocupación
ante tu semblante enfermizo. Come más, te dice. Eres un saquito de huesos.
—Cómo logras ser así de flaco con la
repostería de tu mamá, no entiendo —murmura casi para sí y tú te ríes de manera
estridente. Habla de tus notas. Tu papá está tan viejo.
Te habla de González, que se murió, y
pregunta por Néstor. Le dices que no sabes cómo está porque no sale de su casa.
—¿Ni para esto? ¿Irá a ir al funeral?
No sabes. Tu papá exterioriza tus
pensamientos, asegurando que, si a ti o alguno de tus hermanos se les ocurriera
ser así de irrespetuosos, él mismo volvería de la tumba a sacarte la cresta. No
debería hacerte sonreír, pero lo hace, porque es de esos momentos en que te das
cuenta de que muy pocas cosas en tu vida salen bien, pero nunca nada ha sido
exorbitantemente terrible gracias a los papás que te tocó tener. Sí, es miedo
lo que te hace salir de tu casa todos los días, pero es mejor que ser ignorado.
—Nosotros si vamos a ir al funeral —te
anuncia, haciendo un gesto que te indica que el nosotros te
incluye a ti, a tus hermanos y a tu mamá—. González nos ayudó harto cuando me
echaron de la pega.
El papá de Néstor era muy buena persona y
merecía más que lo que la vida le dio.
Y al funeral vas. Odias los funerales.
Odias que Emilia está ahí. Odias que Néstor no está porque una parte de ti
esperaba que tu discurso lleno de ira lo hubiera movido un poco, pero no.
Néstor es una piedra en el fondo del océano y tú eres la ola más inútil. No le
puedes ganar a su obstinación.
Rebecca también está ahí, y eso te
confunde. ¿Será en papel de delegada del curso? Dudas que Néstor valga como
parte del curso a estas alturas. Giselle no fue contigo, alegando que no le
gustan los velorios ni los funerales y que no iba a estar ella si Néstor no se
podía dignar a estar, tampoco. Lloró un poquito mientras te lo decía. Es mucho
mejor persona que tú.
Rebecca se pone al lado tuyo y sientes
cierta complicidad entre ustedes. Te da asco.
—Le dije que viniera, pero no me contestó
—te dice.
—No sabía que lo ibas a ver.
—Es buen profe de guitarra.
Casi le preguntas por qué está aprendiendo
a tocar la guitarra y por qué con Néstor, pero temes salirte de la línea.
Rebecca camina al lado tuyo durante la procesión.
—Acompáñame —murmura y te toma de la
muñeca, de todos modos, porque no hay posibilidad de negación cuando se trata
de Rebecca. Te lleva a un costado de la calle y saca un cigarro. No sabías que
fumaba, pero son Marlboro. Como los de Javier. Te ofrece uno y tú lo prendes
con cierta incomodidad que no puedes explicarte—. Hagámosla corta. Tienes que
ir a la casa de Néstor de nuevo.
—¿Por qué?
—Porque eres la única persona que lo va a
convencer de que salga de su casa.
—No escucha a nadie.
—A ti sí.
—La Emilia debería intentar.
Rebecca se ríe.
—Como si fuera a funcionar. Esa hueona va
no más a hacerle cariñito y dejar que la trate como basura.
—¿Y tú a qué vas?
Ella, bien practicada, no cambia su cara.
—A practicar la guitarra.
—¿A nada más?
—No todos queremos chuparle el pico a
Néstor, Henríquez.
—Pero lo llamas por su nombre.
La descolocas con esa aseveración. Tienes
que esconder tu sonrisa detrás de tu cigarro.
—Es mi amigo —dice al final.
—No sé por qué lo dudo, pero okay.
—La cuestión es que —sigue Rebecca, con
algo más de fuerza impregnada en la voz— tienes que ayudarlo.
—Creo que ya gasté harto tiempo en eso.
—No te lo niego, pero… ¿de verdad no te
importa?
La pregunta es sincera. No es retórica ni
es una burla: solo quiere saber si tú también te has rendido respecto a esta
causa llamada Néstor. Y tú te preguntas lo mismo, si de verdad no te importa,
si cuando dices que te da igual es sincero, pero por más que buscas no
encuentras en ti mismo eso que hacía que ir a la casa de Néstor fuera más
interesante que vano. Hace meses que cambió, pero tú necesitabas sentirte un
poco menos solo.
A Néstor no le importa lo solo que
estabas, que estás, sin él. ¿Por qué a ti te debería importar si se pudre en su
dormitorio?
—No.
Rebecca te convida otro cigarro y no habla
más y solo mira pasar a la procesión. No ves a Néstor en ninguna parte.
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