Las cartas de Freddy - de Jorge Cuevas

Concurso "8 gatos desafiantes"


Quinto puesto (9 votos)
Rasgo: Infiel 
Evento: Paranormal 
Autor: Jorge Cuevas




Las cartas de Freddy



Freddy y Laura se conocieron en el mismo pueblo, pequeño pero vivo. Él era un vendedor de autos, cuyo pasatiempo era escribir cartas y poemas de amor, cosa que a Laura le fascinaba. Ella, de enorme belleza y porte, cautivó a Freddy de inmediato, y tiempo después consumaron su amor en matrimonio.
Pero poco después, Laura cayó enferma, y los doctores no le daban muchas esperanzas. Las visitas de Freddy poco a poco bajaron en frecuencia, al igual que las cartas. Ella lo atribuyó al trabajo, pero la sensación de soledad la agobiaba. 
Sin embargo, se enteró al poco tiempo gracias a una amiga, que Freddy estaba viendo a otra chica, que vivía a pocas casas de distancia y ya había intentado acercársele. La noticia la hizo enfurecer sin control, hasta que finalmente cayó inerte.
A su siguiente visita, le fue notificado a Freddy su fallecimiento. Su cara fue sombría, pero en su interior sintió alivio. Hace tiempo que Nicolle se había vuelto su inspiración.
Pasó un tiempo desde lo ocurrido. El rumor del engaño de Freddy se esparció por el pueblo rápidamente. Las miradas y comentarios eran duros, pero él lo ignoraba. Sin embargo, Nicolle no pudo soportar la crítica, y terminó poco tiempo después con él. Por primera vez en mucho tiempo, se encontraba solo, maldiciendo su suerte.
Llegó a casa una noche y sintió un ambiente extraño, el aire era como un manto pesado, comenzó a sudar y a sentirse observado, pero decidió ignorarlo. Se acostó en la cama e intentó dormir. De madrugada, comenzó a escuchar una voz.
— Freddy… ¿Cómo pudiste, Freddy?
Se levantó de un salto. Frente a él, en medio de la habitación, vio con claridad a Laura. Su rostro estaba endurecido y pálido. Sus ojos brillaban con una luz enrojecida.
— ¿También le escribías a ella, Freddy? —le preguntó con voz quebrada, pero la siguiente pregunta fue con furia— ¿Le ofrecías las mismas cartas a ella?
— ¿Laura? —preguntó torpemente. Sus dientes comenzaron a castañear— ¿Qué ocurre…?
— Me abandonaste, amor. —le interrumpió ella. Sus ojos lagrimeaban, pero también expulsaban flamas— Te necesitaba Freddy… necesitaba tu cariño…
— ¡No! ¡No te abandoné! —sollozó— ¡Te seguí escribiendo!
— MENTIRA —la terrible voz hizo temblar la habitación. Freddy no dejaba de temblar— ¡¿DÓNDE ESTÁN MIS CARTAS, FREDDY?!
El hombre no soportó más y salió corriendo. Se tropezó en las escaleras y rodó hasta la planta baja. Ignoró el dolor y se de pie. Llegó hasta un escritorio en la sala y sacó una hoja y una pluma. Miró sobre su hombro y se encontró los ojos de su mujer que parecían atravesarle.
— ¡Te escribiré, te lo prometo! —gritaba en pánico— ¡Diariamente! ¡Todo para ti!
Comenzó a escribir frenéticamente durante horas. Al terminar, se dio la vuelta, pero Laura había desaparecido.
Guardó la carta en un baúl y lo escondió en el armario. Desde entonces, sentía a alguien viéndolo todo el tiempo, y solo cuando escribía una carta y la guardaba en el baúl, la sensación se iba.
Los años pasaron, el pueblo crecía, y la gente nueva preguntaba por el viejo Freddy, a quien veían cargando plumas y papel todo el tiempo, sin hablar con nadie. Algunos recordaban haberlo visto años atrás como vendedor de autos, pero ahora se sentaba fuera de su casa, ponía el papel en sus piernas o en el suelo, y durante horas escribía, borraba y volvía a escribir, se frotaba la cabeza y en ocasiones reía o sollozaba. Solo al terminar entraba, saludando al viento con la carta en mano.


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